El viaje al banquillo del Bernabéu de Xabi Alonso: de Javier Clemente a Pep Guardiola. “Con él aprendí una manera diferente de ver el fútbol”

En su último año como jugador, en 2017 en el Bayern de Múnich, a le preguntaron en una cena post partido de Champions con invitados y dirigentes del equipo alemán qué pensaba hacer con su futuro, si contemplaba hacerse entrenador. La respuesta del vasco fue bastante concluyente: ni se le pasaba por la cabeza en esos momentos. En todo caso, entrar en alguna dirección deportiva o área de fútbol de un club. Un año después, empezó como técnico en el Infantil A del Real Madrid.

Cuatro más tarde, nada más fichar por el Bayer Leverkusen tras su buen trabajo al frente del filial de la Real Sociedad, Alonso trasladaba el mensaje de que no tenía ninguna prisa en su carrera en los banquillos por llegar al Bernabéu, una silla tan fascinante como eléctrica. Pero su siguiente destino ha sido Chamartín. Este martes, el tolosarra, de 43 años, se estrena en la Castellana contra Osasuna (21.00, DAZN) como la gran novedad de la Liga. Un inicio de campeonato que, según sus palabras tras el 4-0 que le endosó el PSG en las semifinales del Mundial, marca ahora sí el kilómetro cero de su periodo merengue, con la urgencia de mejorar cuanto antes el juego del conjunto blanco.

“Yo tuve a Imanol Alguacil y luego a Xabi. El primero me enseñó lo duro que era ser jugador, el sacrificio que exige las 24 horas, algo que aún no había visto. Y con Xabi aprendí una manera diferente de ver el fútbol. Eran cosas que él las explicaba muy simples, te quedabas mirando un poco con cara de bobo, y llegabas al campo y te hacía sentir muy superior al rival”, recuerda Ekaitz Jiménez (29 años), hoy en el Santa Coloma, de Andorra, que estuvo dos temporadas (2019-21) con Alonso en la Real B, una plantilla que se sorprendió con el entusiasmo de ese técnico novato.

“Me llamaba la atención su ilusión, las ganas de entrenar”, apunta Ander Gorostidi (29), centrocampista junto a Martín Zubimendi de aquel filial donostiarra fascinado con la llegada del ídolo local. “Quizá otro [entrenador] te cuenta una cosa y dices: ‘bah, este no tiene ni idea’. No le haces caso, que a muchos nos pasa. Pero lo que él decía iba a misa. Cuando te transmiten así, no dudas”, admite Gorostidi, el tercero que más minutos disputó en el primer curso de Xabi en Zubieta (19-20) y en la actualidad en el Racing de Ferrol.

Originario de Tolosa, una localidad del interior de Gipuzkoa de unos 20.000 habitantes famosa por sus carnavales y alubias negras, y formado en el Antiguoko de San Sebastián (igual que Mikel Arteta y Andoni Iraola), Alonso es el resultado de una secuencia de técnicos durante su carrera difícilmente replicable. Empezó con Javier Clemente, y acabó con Pep Guardiola y Carlo Ancelotti. El de Barakaldo lo hizo debutar en la Real en 1999, pero a los meses acordó con su padre, Periko Alonso (también exentrenador), cederlo al Eibar. Él se enteró por el periódico y en Ipurua le esperó Blas Ziarreta, uno de esos preparadores de la vieja escuela. Así empezó un viaje de 360 grados que le condujo a JB Toshack, Roberto Olabe, el francés Raynald Denoueix (uno de los que más le marcó), Rafa Benítez, Manuel Pellegrini, José Mourinho, Ancelotti (en dos épocas), Guardiola, Iñaki Sáez, Luis Aragonés y Vicente del Bosque. Y, sin embargo, él nunca ha confesado su favoritismo por ninguno, salvo por su padre.

El ascenso del tolosarra por la escalera de los banquillos ha sido fulgurante, pero paso a paso. Comenzó con preadolescentes en el Infantil A del Madrid (18-19), siguió con esos jóvenes realistas que lo recibieron embobados (19-22), sedujo en Leverkusen a la clase media de la élite a la que condujo a una Bundesliga histórica (22-25), y ahora gestiona estrellas planetarias. “Siento que es mi momento”, aseguró en su presentación en Valdebebas.

En la ribera oriental del Rin, cuentan quienes lo siguieron más de cerca, siempre se mostró correcto, discreto, cordial, pero protector de su espacio de trabajo y preocupado de que llegara el mensaje que quería. Se manejaba con el alemán, sin embargo, cuando la pregunta era comprometida, recurría al inglés. Los periodistas que lo siguieron en el día a día lo despidieron con un cuadro que recogía una colección de frases hechas que solía usar en las ruedas de prensa, incluidas las patadas al diccionario.

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