Sí subía líneas para robar rápido la pelota, Vinicius sí se pegaba alguna carrera hacia atrás y los rojillos quedaban a dos mundos de la guarnición de Courtois, pero ya. Hasta ahí llegaban sus progresos. Seguía faltando lo de siempre: pies finos en la medular para filtrar balones y una circulación de balón más veloz. Superada la agitación del estreno en casa, la cita fue cayendo en un escenario habitual de los blancos en el último año.
Al intermedio se llegó que no se quedaran descolgados arriba, otra vieja escena. El francés había tenido la más clara hasta entonces, un disparo al palo largo que le faltó puntería. Todo lo demás se resumió en una sucesión de tiros de lejanos que inmutaron poco a Sergio Herrera. Vinicius no tenía praderas para correr y sus intentos por la banda no fructificaban, Brahim pasaba de puntillas, Güler se ubicaba sin gran huella en la zona de tres cuartos, Alexander-Arnold avanzaba hacia otro encuentro en silencio, y Tchouameni y Valverde evidenciaban que el paisaje no les era muy grato para brillar. Así que, salvo ese intento de Mbappé, la ofensiva del Madrid se redujo a una cascada de lanzamientos de larga distancia de sus zagueros Militão, Huijsen y Carreras.
El Madrid encontró el alivio sin que le diera tiempo a cambiar. Con el personal acomodándose todavía en los asientos tras la pausa, una acción entre Juan Cruz y Mbappé en la línea de fondo, tras una aventura personal del galo, derivó en el penalti que luego protestó Osasuna. El nuevo 10 blanco, instalado ya por la vía de los hechos como ejecutor desde los 11 metros, engañó a Herrera.
El 1-0 no tuvo efectos milagrosos en el juego del Madrid, pero sí activo de verdad a Mbappé, que tampoco era poca cosa. Dejó alguna filigrana, volvió a estirarse por la derecha y se quedó a una uña de embocar el segundo en un centro. Pero sin aliados a su alrededor, la crecida del galo no pasó de episódica en medio del muermo.
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Source: elpais.com