El cuerpo frágil de Sumaya al Kafarna, de 35 años, sentada frente a su precaria tienda de campaña en Ciudad de Gaza, encarna el hambre que consume al territorio palestino desde hace meses. Esta madre de cinco hijos ha perdido más de la mitad de su peso —ha pasado de 75 a 35 kilos— mientras batalla contra un cáncer de mama, sin acceso a tratamiento y después de haberse sido forzada a desplazarse más de 20 veces desde el inicio de la ofensiva israelí, hace casi dos años. “Siento dolor día y noche”, dice con una voz que es apenas un susurro. “Con el hambre y los desplazamientos, mi sufrimiento se ha duplicado. Cuidar a mis hijos es como cargar montañas”.
La toma israelí de Ciudad de Gaza, que el Gobierno de Benjamín Netanyahu ha anunciado como inminente, les obligará a huir una vez más. “Estamos esperando nuestra muerte. Nos piden que nos vayamos, ¿cómo?, ¿a dónde? No podemos caminar hacia el centro ni al oeste de Gaza y no podemos pagar un transporte», dice esta mujer, recalcando que en la Franja apenas hay ya lugares medianamente seguros para instalar una tienda y los medios de transporte son muy escasos e impagables. “Nos quedaremos aquí hasta que caigan las bombas”, zanja.
Sumaya asegura que las noticias sobre la invasión y ocupación de Ciudad de Gaza la han agotado mentalmente más que el hambre. “Tuve una crisis nerviosa cuando escuché las noticias. Pensé en cómo huiría mientras estaba hambrienta, enferma, incapaz de caminar y sin un lugar adonde ir”.
La historia de Sumaya refleja la tragedia tras la declaración de hambruna emitida este viernes por Naciones Unidas, la primera fuera de África desde la creación del sistema de clasificación moderno en 2004. Según la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC, por sus siglas en inglés), con sede en Roma, unas 514.000 personas —casi una cuarta parte de la población de Gaza— están en condiciones de hambruna. Se prevé que la hambruna aumente y se extienda hacia el sur, afectando a un total de 641.000 personas a finales de septiembre.
El Ministerio de Salud de Gaza informó el sábado que ocho personas, incluidos dos niños, murieron por desnutrición en las últimas 24 horas, elevando el total de muertes relacionadas con el hambre a 281 desde el inicio del conflicto, de las cuales 114 eran menores. En total, más de 62.000 habitantes de la Franja han muerto violentamente en esta guerra, que estalló en octubre de 2023, según cifras del ministerio de Salud gazatí, que la ONU toma como referencia.
El anuncio de estos decesos coincide con los planes del Gobierno israelí de lanzar una nueva ofensiva sobre Ciudad de Gaza, para la que ha ordenado la movilización de 60.000 reservistas. Las organizaciones humanitarias temen que la operación agrave aún más la crisis.
Para los habitantes de la Franja, estas huidas forzadas se han convertido en una tragedia tan cruel como la hambruna. El secretario general de la ONU, António Guterres, calificó la situación extrema de los habitantes de Gaza de “fracaso de la humanidad”. El responsable subrayó además que la hambruna no es solo escasez de alimentos, sino “el colapso deliberado de los sistemas necesarios para la supervivencia humana”.
Para Philippe Lazzarini, comisionado general de UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, esta hambruna ha sido “diseñada y provocada por el hombre, por el Gobierno de Israel”. Por su parte, Tom Fletcher, jefe humanitario de la ONU, fue más contundente: “Los alimentos no llegan a quienes los necesitan por obstrucción sistemática de Israel”. Pero el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, rechazó rotundamente las acusaciones y calificó el informe como “una mentira absoluta”, asegurando que “Israel no ejerce una política de hambruna”.
Tawfiq Abu Jarad, profesor de 45 años y padre de cinco hijos, ha pasado de dar clases en la universidad a vivir desplazado en una tienda de campaña, después de que el ejército destruyera su casa en Beit Lahia, en el norte de la Franja. Desde marzo, su familia no ha comido una comida completa. “Solo encontramos un poco de legumbre. No hay carne, ni frutas, ni proteínas. La mesa está vacía y nuestros cuerpos se debilitan cada día”, cuenta, tras haber perdido 22 kilos. Sus hijos padecen enfermedades cutáneas y otras dolencias causadas por la desnutrición.
La odisea de su familia ha incluido múltiples desplazamientos por toda la Franja y es apenas un ejemplo de lo que sufren cientos de miles de personas en Gaza. La familia pasó del campo de refugiados de Yabalia, en el norte, a Rafah, en el sur, pasando también por Jan Yunis y Al Mawasi, para finalmente regresar a su localidad destruida, solo para verse obligados a huir de nuevo bajo bombardeos. “La declaración de la ONU nos dio una pequeña esperanza, pero sabemos que no cambiará la realidad. Cada día mueren niños y mujeres por hambre”, lamenta.
“Cuando Naciones Unidas anunció que Gaza había entrado en una situación de hambruna, esperábamos que el mundo reaccionara”, dice Abu Jarad con tono desesperado. “Pero en nuestro interior sabemos que esa decisión no cambiará la realidad”.
La crisis se ha visto agravada por los polémicos cambios en la distribución de ayuda. Desde mayo, la Fundación Humanitaria de Gaza —apoyada por Israel y EE UU— asumió el control del reparto de alimentos, reemplazando a las agencias de la ONU. Según la ONU, desde finales de mayo hasta mediados de agosto, al menos 1.857 palestinos han muerto mientras intentaban obtener alimentos, 1.021 de ellos en las inmediaciones de los puntos de reparto de esta controvertida fundación.
El abogado y defensor de derechos humanos Abdullah Sharsharah sostiene que la clasificación de Gaza como zona de hambruna no solo es una crisis humanitaria, sino una prueba legal de un posible crimen de guerra, ya que el artículo 54 del Protocolo de Ginebra prohíbe utilizar el hambre como arma y el artículo 8 del Estatuto de Roma prohíbe privar deliberadamente a los civiles de los materiales necesarios para la supervivencia.
Para Sumaya, el anuncio de la ONU despierta una sensación agridulce. “Me sentí feliz por un momento porque alguien reconoció nuestro sufrimiento. Pero mi tristeza es más grande. La decisión es simbólica: el hambre sigue devorando nuestros cuerpos”.
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Source: elpais.com