El verano que este domingo acaba —el meteorológico, porque el verano astronómico dura hasta el 22 de septiembre— cierra otro trágico capítulo de la emergencia climática en la que está atrapada España y que, crisis tras crisis, se ha instalado en nuestras vidas. Las temperaturas extremas de este estío han contribuido a una brutal oleada de incendios que, además de matar a ocho personas que luchaban contra las llamas y dañar la economía de muchos pueblos y los hábitats de cientos de especies, amenaza con pulverizar los registros del fuego de las últimas tres décadas.
Los incendios han afectado ya a alrededor de 400.000 hectáreas, según el perímetro provisional calculado por el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS), dependiente del programa de vigilancia ambiental europeo Copernicus. Aunque son estimaciones, los datos preliminares apuntan a que este 2025 superará en cuanto a superficie afectada a 2022, que a su vez había sido el peor año de fuegos desde mediados de los noventa del siglo pasado.
Las altas temperaturas también contribuyen a caldear el Mediterráneo. Tras la trágica experiencia de la fatídica gota fría de hace un año, cuya virulencia varios informes relacionan directamente con el cambio climático, los expertos están preocupados por lo que pueda ocurrir a partir de septiembre con las lluvias debido a la energía que acumula el Mediterráneo occidental.
Los datos que muestran un verano de récord en España se amontonan allá donde se mire. Por ejemplo, la temperatura media de junio, julio y agosto de este año, al igual que en 2022, ha estado dos grados por encima de lo normal, tomando como referencia el periodo comprendido entre 1991 y 2020. Una barbaridad.
Pero una cosa son las frías estadísticas y otra es sentir en la piel la abrasadora ola de calor de agosto que no parecía terminar nunca; o sufrir las tórridas noches en las que, además, no se podían abrir las ventanas por el humo de unos incendios brutales que estaban a decenas o incluso centenares de kilómetros; o notar que el mar se ha convertido en una sopa calentorra…
Estas temperaturas tremendas y los incendios en España, cuyos efectos ―también los políticos― están todavía por ver, forman parte de lo pasado. A Argüeso, como al resto de los investigadores consultados para este reportaje, les inquieta lo que puede venir ahora, cuando arranque la temporada de gota fría.
Núñez recuerda que la gota fría de 2024 se produjo, según muestran los registros, “cuando el mar estaba más cálido y con más anomalía respecto a lo normal”. Y eso es precisamente lo que ha caracterizado este año: una mar más caliente de lo habitual.
“El panorama es difícil, porque ahora mismo la situación política en España está muy alterada y hay mucha crispación con cómo se han gestionado los incendios”, reconoce Pérez-Porro, de CREAF. “Si tenemos unos partidos políticos medianamente inteligentes tienen que entender que debe ponerse de acuerdo en esto”, añade.
Porque, como opina García León, “la adaptación al cambio climático requiere continuidad, planificación a largo plazo y cooperación entre distintos niveles de gobierno y sectores”.
Gutiérrez Llorente recuerda que la ciencia alerta desde hace décadas de que, se quiera o no, hay que afrontar el problema. Para este científico es positivo que se lance ahora como “mensaje político” que se “deben cambiar cosas”. “Porque no estamos preparados para lo que se nos viene”, añade. También advierte de que un pacto así no “se puede improvisar de la noche a la mañana”. “Hay que ir sector por sector, hay que hacer las cosas con calma y aprender de lo que se ha hecho en otros sitios”, zanja este científico del Instituto de Física de Cantabria.
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Source: elpais.com