El problema es global. El Health Behaviour in School-aged Children (HBSC), el estudio internacional patrocinado por la Organización Mundial de la Salud del que proceden los datos, cuya última edición se publicó en mayo, concluye que el “aumento de la presión escolar, especialmente entre las niñas, es motivo de preocupación”. Y el caso español es especialmente serio, señala Carmen Moreno, investigadora principal del estudio en España y catedrática de Psicología Evolutiva y de Educación en la Universidad de Sevilla. Se trata del sexto país con mayor estrés académico al inicio de la secundaria de un total de 44 analizados, entre los que figura la mayor parte del mundo desarrollado.
Los docentes, como María José Rivas, que enseña Historia en un instituto público en A Coruña, lo perciben cada vez más en clase. “Sobre todo a partir de primero de Bachillerato, el agobio de los alumnos se nota. Calculan qué nota les hará falta para entrar en determinada carrera, y necesitan empezar a luchar. Y aunque hay de todo, ellas sufren más”. Ha dejado de ser excepcional, cuenta Rivas, que una alumna rompa a llorar o se quede paralizada al inicio de un examen. “Tienes que ir a arroparlas, porque necesitan desahogarse. En nuestra época, nos poníamos nerviosos, pero no se daban tantas situaciones de ansiedad como ahora. Como tutora, hablan conmigo padres y madres cuyas hijas van al psicólogo e incluso toman medicación por este problema. Algo está fallando, eso está claro”.
El HBSC entrevista solo en España a 30.000 adolescentes ―una muestra similar a la del Informe PISA, la evaluación internacional que organiza la OCDE―, y les pregunta por múltiples cuestiones relacionadas con su salud física y mental. Sus datos muestran que la presión académica experimenta un fuerte aumento con el paso de primaria a la ESO: de sufrirla el 16,5% pasa a hacerlo el 31,6%. Y desde ese momento sigue aumentando de forma progresiva cada curso hasta los 18.
Hasta 2006, el porcentaje de chavales que sentía mucha presión académica era relativamente bajo y afectaba de forma similar a ambos géneros, si acaso, un poco más a los chicos. La edición del HBSC de 2010, la primera después del inicio de la Gran Recesión, que en España abrió un cráter en el mercado laboral y cambió la visión social sobre la importancia de los estudios, mostró un claro repunte. Desde entonces no ha dejado de aumentar (la edición publicada ahora es la de 2022, cuando se recogieron los datos).
Sin negar que el crecimiento del indicador sea una mala noticia, Juan Manuel Moreno, catedrático de Organización Escolar de la UNED, señala que es posible que los adolescentes entrevistados entiendan cosas distintas al ser preguntados por cuánto agobio les genera el trabajo escolar. Una sospecha, prosigue, que se ve reforzada por el hecho de que no haya diferencias significativas en los resultados de la encuesta en función de los niveles de renta. Una de las interpretaciones posibles a dicha pregunta podría ser, señala, cuánto te importa hacerlo bien en la escuela. Y preocuparse, si se queda en eso, argumenta, resulta incluso positivo. “Vivimos la paradoja de que existen muchas enfermedades infradiagnosticadas, y al mismo tiempo estamos medicalizando nuestra vida”, advierte.
El estrés elevado referido es, en todo caso, un problema cada vez más específico de las chicas. Entre los chicos el porcentaje ha permanecido estable durante la última década, mientras la gráfica de las chicas dibuja la trayectoria de un avión al despegar. A medida que se hacen mayores, además, la diferencia se agranda: a los 14 años el estrés académico alto de las alumnas es un 47,5% mayor, y a los 18, un 99%.
El estrés académico y la competencia escolar han crecido en paralelo. La nota de admisión media en la Selectividad pasó de un 8,75 en 2015 a un 10,34 en 2021, según un estudio de EsadeEcPol. Y aunque no hay un registro único de las notas de corte de las carreras, que dependen de cada facultad, al regir en España un distrito universitario único, el listón tiende a igualarse entre unos campus y otros.
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Source: elpais.com