Adama no se llama así realmente, pero prefirió mantenerse en el anonimato para contar su historia, porque la mutilación genital femenina (MGF) ―aunque ilegal ya en muchos países africanos― sigue sucediendo y trasciende muchos aspectos de la vida familiar y social. En 2024, Unicef estimaba que eran 230 millones de niñas y mujeres las que habían sobrevivido a la ablación genital; un aumento del 15% con respecto a los datos de hace ocho años.
Fue en Balaguer, Cataluña, cuando a los 11 años Adama entendió lo que era la MGF. Estaba en la piscina con sus compañeras de la escuela: “Veía que sus genitales eran diferentes a los míos”, cuenta. Así que le preguntó a su madre. “Ella me respondió: ‘Ah, pues, porque te han hecho eso’. Ahí yo me di cuenta de lo que significaba”, dice. Confiesa que si no hubiese migrado a España, probablemente no se hubiera percatado: en Guinea-Bisáu, la mayoría de las niñas están mutiladas.
Allí, Adama le contó a una amiga que durante las relaciones tenía dolor: “Pero yo lo normalizaba. Cuando no sientes placer y tienes relaciones con tu pareja, no lo ves como algo placentero, sino como una tarea”. Su amiga le habló sobre las consecuencias de la mutilación, pero también de la cirugía de reconstrucción genital que se realizaba en España.
Aunque en muchos países ya es ilegal, la práctica está arraigada en algunas sociedades. En Guinea-Bisáu la prevalencia es del 52,1%; mientras que en Mali es del 82,7%; Gambia, 72,6%; Guinea, 94,5%; y Egipto, 87,2%, según el último informe, de 2021, de Wassu Gambia Kafo, organización que trabajan en Gambia y España sobre este tema.
En España la mutilación genital está prohibida, lo que no significa que no haya mujeres víctimas. Muchas llegan a España con la ablación ya hecha y, en los peores casos, niñas que ya viven en España viajan durante las vacaciones a los países de origen de sus padres y ahí les realizan la circuncisión, como también se conoce. El último informe de Wassu indica que al 2021, más de 80.000 mujeres que provenían del África subsahariana ―donde más persiste la MGF, extendida en unos 28 países― vivían en España. Los principales países de origen eran Senegal, Nigeria, Ghana, Gambia y Mali; y las comunidades donde más vivían, Cataluña, Andalucía y Madrid.
Por ello, en la última década, clínicas privadas y hospitales han comenzado ofrecer servicios a través de unidades especiales para atender mujeres víctimas de MGF. Cuando Adama se enteró de que existía la cirugía de reconstrucción, supo que quería hacerlo. Sin embargo, no fue fácil tomar la decisión. “Mi amiga me dio el número de la clínica, llamé a preguntar, pedí la cita y tres días antes la cancelé”, cuenta. Y añade: “Pensaba que mi amiga estaba loca y quería volverme loca a mí”, cuenta ahora entre risas. La mayoría de mujeres que acuden a esta operación reparadora son jóvenes, entre 20 y 28 años.
Adama cuenta que la operación la cambió totalmente. “Hay dolor, trauma, hay muchas cosas que siguen a este tema”. Pero ahora, Adama se siente diferente: “Siento que ahora soy mujer, siento que tengo derecho a vivir mi vida, antes vivía la vida que ellos eligieron”.
Kaplan enfatiza en que la atención primaria y la prevención son indispensables. Médicos, profesores y asistentes sociales deben recibir formación para atender el fenómeno y concienciar sobre sus consecuencias y riesgos, para persuadir a las familias a no realizarlo. Algunas comunidades autónomas cuentan con protocolos de prevención de la MGF, como documentos de compromiso que firman los padres, asegurando que no permitirán la mutilación a sus hijas durante las vacaciones a sus países de origen o podrán recibir penas legales.
Cuando Adama se hizo la reconstrucción, la primera en enterarse fue su hermana. Su madre, la siguiente, varios meses después. “Pensaba que me metería un chanclazo y me diría que saliera de su casa”, recuerda. No fue así. Le hizo cientos de preguntas sobre el tema: “Me gustó que me estuviese interrogando, quería saber todo”. Su padre no sabe nada y Adama cree que nunca lo sabrá. Lo que sí espera es el día en que viaje a Guinea-Bisáu y se lo cuente a su abuela, que la crio como una madre. También sueña con el día que su hermana acepte realizarse la reconstrucción: “Cada día estoy rezando y esperando que mi hermana se lo haga, porque ese día yo voy a estar ahí”.
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Source: elpais.com