Dos manotazos en el tablero geopolítico separados solo por unas horas han servido para evidenciar el fracaso que hasta la fecha ha tenido la estrategia de Donald Trump para alcanzar la paz en las dos guerras con las que prometió que acabaría nada más llegar a la Casa Blanca. También han puesto en entredicho la credibilidad internacional de Trump y su imagen de líder del club de hombres fuertes al que también pertenecen el presidente ruso, Vladímir Putin, y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dos mandatarios decididos estos días a poner a prueba la paciencia del republicano.
Primero, fue el bombardeo lanzado unilateralmente por Israel a los líderes de Hamás en Doha, capital de Qatar. La Casa Blanca reconoció después que Washington no había sido avisado de la operación militar, aunque el Ejército estadounidense sí alertó a Trump, que por la noche criticó, en un gesto poco común, a Netanyahu, su gran aliado en Oriente Próximo (y también, al decir de ambos, “amigo”), por bombardear otro país aliado de Estados Unidos en la región.
Más o menos a la misma hora en la que Trump hizo esas declaraciones a la puerta de un restaurante de Washington, saltó la noticia de que 19 drones rusos habían sido derribados tras invadir el espacio aéreo de Polonia en lo que supone la primera intimidación real de Moscú a un miembro de la OTAN desde el inicio de la guerra en Ucrania, hace tres años y medio, que cabe interpretar como una escalada de impredecibles consecuencias en el conflicto. Polonia abatió esos artefactos con la ayuda de otros aliados de la OTAN (como Holanda, que aportó dos aviones F-35), y su primer ministro, Donald Tusk, describió el incidente como “un acto de agresión”.
El Kremlin sostiene que Varsovia no era “el objetivo”, y el vecino Bielorrusia, aliado de Moscú, afirma que los drones “perdieron su curso”. Hasta que se aclare el incidente (Mark Rutte, secretario general de la Alianza Atlántica consideró este miércoles que, “intencionado o no, se trata de un ataque imprudente y peligroso”; tampoco de un “incidente aislado”), algo quedó claro: Putin sigue jugando al despiste con Trump sin demasiadas consecuencias.
A la espera de si los deseos de Sikorski se cumplen y de ver cuál es la reacción de Washington con respecto a Polonia, país con el que Estados Unidos comparte membresía de la OTAN y con el que, por tanto, está obligado a un compromiso de defensa mutua contemplado en el artículo 5 del tratado de la Alianza Atlántica, cabe concluir que la provocación de Rusia y la actuación unilateral de Israel hacen mella en esa imagen que Trump quiere proyectar: la del hombre de Estado que venía a poner orden en el escenario internacional. También, en sus aspiraciones de conseguir el Nobel de la Paz, un premio que considera que merece por unos esfuerzos por acabar con las guerra en Gaza y Ucrania que no terminan de cristalizar.
No deja de ser irónico que este martes, mientras el Ejército polaco derribaba los drones rusos que invadieron su espacio aéreo, Trump ejerciera otro tipo de presión sobre el Kremlin, ciertamente más suave, casi se diría que de salón, al instar sus aliados de la UE a imponer aranceles de hasta el 100% a China y a India, principales compradores del petróleo ruso, como parte de una estrategia para presionar a Putin, según informan varios medios estadounidenses.
Una delegación de la UE se encuentra estos días en Washington para discutir la coordinación de las sanciones entre ambos aliados. La operación se completaría, según Reuters, con la imposición de aranceles similares por parte de Washington, una vez que la UE haya dado el primer paso. Si queda probado que la crisis de los drones en Polonia forma parte de un plan de Putin de escalar el conflicto más allá de Ucrania, tal vez esas armas económicas no sean suficientes.
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Source: elpais.com