La ultraderecha y Trump abanderan el populismo científico: “El peligro es que haya embarazadas que dejen de tomar paracetamol si tienen fiebre alta”

Asun Polo, de 41 años, y Aida Casas, de 31, han sido madres en el último año. La primera, ingeniera de telecomunicaciones, tomó paracetamol en el embarazo durante un proceso gripal. La segunda trabaja en comunicación y recurrió al fármaco para aliviar unas fuertes contracciones en el primer trimestre de gestación. El pasado lunes, al leer que el Gobierno de Donald Trump anunciaba —como un gran hallazgo y en contra de todas las guías clínicas— que el medicamento puede causar autismo, las dos reaccionaron con una mezcla de sorpresa, incredulidad y rabia.

Tras el terremoto causado por el anuncio de Trump, decenas de organismos —Agencia Europea del Medicamento (EMA), Organización Mundial de la Salud (OMS)…— y sociedades científicas han salido a negar la relación causal entre el paracetamol y el autismo. Los expertos, sin embargo, recuerdan que hace tiempo que las políticas populistas juegan con la carta de que ningún desmentido, por unánime que sea, contrarresta la fuerza de un mensaje espectacular, como ya ha ocurrido con la inmigración y las denuncias de fraude electoral. Y menos si quien lo lanza es el presidente de EE UU.

El impacto que el llamado “populismo científico” que abandera Trump y la ultraderecha pueden tener sobre la salud de la población es enorme, alertan los investigadores. “Alimentar la desconfianza hacia la evidencia científica debilita las políticas de salud pública, la adherencia de la ciudadanía a sus recomendaciones y, en último término, los sistemas sociosanitarios en general. Las desigualdades tienen un impacto crucial en la salud y las políticas públicas sirven para amortiguarlo. Estas estrategias castigarán a toda la población, pero especialmente a los más vulnerables”, afirma José Miguel Carrasco, doctor en Salud Pública. La cooperativa Aplica, de la que forma parte, ha publicado este año un trabajo, titulado , en la revista científica American Journal of Public Health.

Estas prácticas, coincide el número 2 de Sanidad, ponen en riesgo la salud de la población. “En este caso concreto, el peligro es que haya embarazadas que, tras escuchar al presidente de EE UU, dejen de tomar paracetamol si tienen fiebre alta, lo que puede afectar negativamente al feto. O que opten por otros fármacos que suponen un riesgo real para el bebé en desarrollo”.

La agencia del medicamento estadounidense, la FDA, ha publicado esta semana un comunicado en el que informa del “inicio del proceso para un cambio en el prospecto del acetaminofeno [denominación del paracetamol en EE UU] para reflejar la evidencia que sugiere que el uso del fármaco por mujeres embarazadas puede estar asociado con un mayor riesgo de afecciones neurológicas como el autismo y el TDAH en los niños”.

La nota cita dos estudios menores para apoyar esta hipótesis, publicados en 2019 y 2020. Pero ignora investigaciones posteriores, más relevantes, que han rechazado esta asociación. La más citada en los últimos días es el trabajo publicado el año pasado en la revista científica JAMA por investigadores suecos, el mayor realizado hasta la fecha, que analizó casi 2,5 millones de nacimientos.

La conclusión fue que “el uso de paracetamol durante el embarazo no se asoció con el riesgo de autismo, TDAH o discapacidad intelectual en los niños, según los análisis de control de hermanos”, lo que apunta a que “las asociaciones observadas en estudios anteriores pueden deberse a factores de confusión”.

que ha dirigido esta especialidad en el Hospital de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos) y ahora ejerce en el Clínic de Barcelona, es crítico con las recomendaciones de la Administración Trump. “Los estudios de tamaño reducido tienden a llegar a conclusiones más tajantes. Pero estas suelen diluirse cuando se llevan a cabo nuevas investigaciones con un mayor número de pacientes. Sacar estas conclusiones de un estudio pequeño y no contrastarlo adecuadamente puede llevar a conclusiones alarmantes. No es el procedimiento científico correcto”, sostiene.

La nota de la FDA es puesta por muchos como un ejemplo de la erosión que están sufriendo en EE UU prestigiosos organismos como la misma agencia o los Centros para el Control de Enfermedades (CDC). “La carta recoge y da entidad al anuncio de Trump, pero a la vez reconoce que ‘no se ha establecido una relación causal’ entre el paracetamol y el autismo, que este es ‘el único medicamento de venta libre aprobado para tratar la fiebre durante el embarazo’ y que otros como ‘la aspirina y el ibuprofeno tienen efectos adversos bien documentados en el feto”, destaca Ildefonso Hernández.

En otro paso que ha sorprendido y no tiene precedentes, la FDA ha solicitado a la farmacéutica GSK que actualice el prospecto del medicamento leucovorina —una forma de ácido fólico— para mencionar su uso como tratamiento del autismo. La cuestión es que GSK dejó de vender el medicamento hace casi tres décadas y que la evidencia que apoya esta hipótesis es tan débil que ni siquiera la compañía ha mostrado interés en ella a pesar del enorme potencial económico que tendría una terapia para el autismo.

“Son grandes anuncios sin base científica, algo que ya vimos hacer a Trump en la pandemia. Entonces, llegó a sugerir el uso de inyecciones de desinfectante contra el coronavirus e insistió en el uso de la hidroxicloroquina en contra de la evidencia. El gran problema de este escenario es que la FDA y los CDC son organismos de enorme prestigio y tienen una gran influencia en todo el mundo. Esta deriva supone un riesgo real para la salud global”, lamenta Javier Padilla.

Las presiones de la Administración Trump sobre el mundo académico y científico han sido sonadas en los últimos meses. En mayo, la prestigiosa Universidad de Harvard vio y los recortes de fondos son una amenaza recurrente en la pugna con los campus.

“El miedo ha hecho mella entre muchos investigadores”, admite una prestigiosa figura científica residente en EE UU y que es una de las dos que han declinado responder públicamente a EL PAÍS. Las razones esgrimidas son las repercusiones negativas que hacerlo podría tener sobre su situación personal y las organizaciones para las que trabajan.

Ramon Bataller coincide. “Quedan tres años de mandato de Trump y, con la política actual en la que no se tiene en cuenta la opinión fundada de la comunidad científica y médica, pondrá en peligro la hemogemonía de EE UU como el país puntero en avances médicos. Es muy posible que, a medio plazo, el gran foco de generación científica bascule hacia China”, afirma.

El prestigio de agencias como la FDA es clave en este papel, admite. “Si los gobiernos empiezan a lanzar mensajes que confunden a la población y los grandes organismos científicos no nos ayudan a informar a nuestros pacientes, el escenario al que nos enfrentaremos será muy inquietante”, concluye.

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