¿Copias? ¿Proteges a los niños? Las preguntas del examen que mide la toxicidad de los ‘influencers’

¿En qué medida tomas acciones para asegurar la autenticidad de tu comunidad, evitando compra de seguidores o interacciones falsas?

¿A qué nivel identificas, en todas tus publicaciones, cualquier contenido de naturaleza promocional o fruto de una contraprestación, usando etiquetas como #Publicidad o #Ad?

¿Cómo gestionas y diferencias el contenido orgánico (sin contraprestación) del contenido publicitario?

¿Eres un usuario de especial relevancia según los criterios de ingresos y audiencia?

¿En qué medida diferencias entre hechos verificables y opiniones personales, y verificas tus fuentes?

¿Con qué frecuencia indicas cuándo el contenido ha sido generado o modificado por IA?

¿Qué medidas específicas aplicas para decidir y gestionar la aparición de menores en tu contenido?

¿Cómo proteges activamente a los menores que son followers o que interactúan en tu comunidad?

Cuando el ‘influencer’ realiza la autoevaluación, recibe un informe en el que se emplean dos termómetros para mostrarle su nivel de responsabilidad y transparencia y su estado de bienestar emocional. Asimismo, se encuentra con una serie de consejos para mejorar su situación.

 

La realidad de los ‘influencers’ ha cambiado notablemente en el último lustro. Desde 2024, en España, las grandes cuentas que tienen más de un millón de seguidores y ganen más de 300.000 euros al año están obligadas por la ley a marcar los contenidos publicitarios como tales. «La mayoría lo están cumpliendo, porque estamos hablando de creadores que ya funcionan igual que una empresa y tienen un equipo detrás. Los que tienen menos ahora mismo se ven menos apelados, y tienen que dar ahora ese paso adelante para ser más transparentes», dice San Miguel.

La investigadora también destaca la necesidad de que, sobre todo los creadores medianos, que se mueven en torno a los 300.000 seguidores, sean más responsables con el contenido que comparten. Porque a día de hoy en redes a veces parece que todo vale: desde dar consejos sobre esteroides hasta promocionar juegos de azar entre menores. Basta con deslizar un rato el dedo en Instagram para comprobarlo: «Muchos de ellos no saben el impacto que tiene su contenido en sus seguidores. Lo más importante para algunos es conseguir viralidad y llegar a la mayor cantidad de personas posible para hacer dinero y ver si pueden vivir del cuento».

A este respecto, San Miguel señala que las propias empresas de redes sociales podrían hacer mucho más para limitar este tipo de contenido y obligar a los creadores a ser más responsables: «Nos damos cuenta de que, por ejemplo, el algoritmo castiga a los contenidos que están marcados como publicidad, cuando debería ser al revés y premiar al que está siendo transparente. Las plataformas también tienen que querer contribuir a que los algoritmos ayuden a identificar, no solo cuando el contenido no cumple los códigos éticos, sino también cuando no se están haciendo las cosas de forma adecuada».

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