Compramos píxeles que no podemos ver: ¿merece la pena su televisor de alta definición?

Es una pregunta que probablemente muchos se han hecho alguna vez: ¿Vale realmente la pena ese televisor de ultra alta definición que acabo de comprar? ¿Realmente necesito una pantalla 4K, o incluso 8K, para disfrutar en el salón de la mejor experiencia visual?. Ahora, la ciencia ha hablado, y la respuesta ha sido clara: probablemente no.

En colaboración con Meta Reality Labs, la división de Meta dedicada a la realidad virtual (RV) y la realidad aumentada (RA), un equipo de investigadores de la Universidad de Cambridge acaba de revelar que . Un ‘muro’ a partir del cual, por muchos millones de píxeles que tenga una pantalla, la información visual se pierde irremediablemente. Es decir, que estamos comprando píxeles que nunca podemos ver.

El estudio, que se acaba de publicar en ‘Nature Communications‘, supone un duro golpe a las actuales campañas de márketing, y establece nuevos objetivos para el desarrollo de las futuras tecnologías de pantalla.

Durante décadas, cada vez que un consumidor ha acudido a la tienda a comprar una nueva pantalla, ya sea un televisor, un tablet, un móvil o incluso un coche, se ha visto inundado por una auténtica avalancha de términos técnicos: Full HD, 4K, 8K, OLED, Mini-LED, densidad de píxeles por pulgada (PPI)… Pero el estudio de Cambridge propone que todas estas métricas son, en muchos contextos, irrelevantes, o incluso engañosas. Algunos estudios, por ejemplo, han establecido que un ojo humano con una agudeza visual perfecta es capaz de distinguir, en teoría, hasta 576 megapíxeles, aunque eso depende tanto del tamaño de la pantalla como de la distancia a la que estemos de ella. En condiciones normales, sin embargo, en un salón estándar y ante una pantalla 4K, esa capacidad es sensiblemente inferior.

Según los investigadores, sin embargo, la verdadera clave para evaluar si una pantalla es lo suficientemente nítida no reside en su resolución, sino en una medida mucho más útil: los . Este concepto, si bien resulta bastante más abstracto para el gran público, es el que realmente le importa a nuestro sistema visual. Porque lo que mide el PPD es el número de píxeles individuales que caben en un segmento de un grado de nuestro campo de visión desde el lugar en que estemos sentados. Es decir, no responde a las pregunta sobre cuánta resolución tiene una pantalla, sino a cómo se ve esta pantalla desde donde yo estoy.

Durante más de un siglo, el estándar de visión 20/20, inmortalizado por la famosa tabla optométrica de Snellen (esa tabla de letras con la que nos revisan la vista), ha sugerido que el ojo humano podía resolver un detalle a una resolución angular equivalente a 60 PPD. Un número que se convirtió en el dogma no escrito de la industria, el límite que las pantallas de alta calidad debían alcanzar.

Pero el estudio no sólo refutó el viejo estándar de los 60 PPD para la visión central, sino que aportó datos cruciales sobre cómo percibimos el color y el máximo detalle que podemos alcanzar en nuestra visión periférica. Y aquí es donde la biología nos juega una pequeña faena.

Esta deficiencia se acentúa en la visión periférica (todo lo que no está justo en el centro de la mirada). De hecho, la densidad de fotorreceptores responsables de la agudeza visual (los conos) disminuye drásticamente a medida que nos alejamos de la fóvea (el punto central de la retina). Por ello, un píxel que es perfectamente visible en el centro de la pantalla se vuelve irreconocible en las esquinas.

Y ahora volvamos a nuestro salón, porque el estudio nos brinda una auténtica regla de oro. Si la distancia entre el televisor y el sofá es de 2.5 metros (el promedio de un salón español), un televisor de 44 pulgadas que supere la resolución Quad HD (QHD) no le ofrecerá ningún beneficio visual adicional perceptible. Dicho de otra manera: la diferencia entre un 4K y un 8K en ese tamaño y a esa distancia es, literalmente, invisible para la mayoría de la población.

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