Lecornu se queda sin apenas margen para aprobar un presupuesto y mantener su Gobierno

Los socialistas, descontentos con la falta de concesiones en materia fiscal, agitan el fantasma de la moción de censura

La batalla por la supervivencia del Gobierno francés, que dirige el macronista Sébastien Lecornu, se libra palmo a palmo estos días en la Asamblea Nacional en un complejo debate para consensuar una nueva Ley de Presupuestos. El primer ministro y su Ejecutivo hacen equilibrios para mantener dentro del perímetro de una posible mayoría al Partido Socialista (PS) sin provocar el enfado de Los Republicanos (LR) y parte del centroderecha, que no acepta muchas de las propuestas de la bancada progresista. Tiene que haber un texto antes de final de año y cada vez queda menos tiempo. No hay margen. En caso de descarrilamiento definitivo de las negociaciones, no quedaría más remedio que convocar unas elecciones legislativas anticipadas. Volver, definitivamente, al escenario del crimen, el lugar que provocó el bloqueo hace 16 meses.

Todo se acelera. El lunes tuvo que suspenderse el debate sobre la hacienda pública porque, de lo contrario, sería imposible cumplir los plazos con el resto de apartados. “Es una carrera de fondo muy incierta, en la que uno puede caer en cualquier momento”, confesó el primer ministro este domingo a Le Parisien, plenamente consciente de que la supervivencia de su Gobierno más allá del otoño pende de un hilo. “Si la oposición quiere censurar, que censure”, admitió a Le Monde el lunes, en un tono ya más desafiante.

La clave, sin embargo, no es la oposición, sino los socialistas, que se encuentran hoy en una suerte de limbo después de romper relaciones con la Francia Insumisa, pero necesitados de marcar perfil propio. “Son los idiotas útiles del macronismo”, les acusó el insumiso Éric Coquerel, tocando el nervio que más duele al PS y a su electorado. La suspensión hace dos semanas de la polémica reforma de las pensiones queda ya muy lejos y los socialistas necesitan más concesiones.

El problema es que tras varios días de intensos debates en el hemiciclo —marcados por el rechazo de la conocida como “tasa Zucman” [un impuesto a los ultrarricos bautizado con el nombre de su promotor, el economista francés Gabriel Zucman] y por la aprobación de nuevos gravámenes a las empresas y grandes patrimonios— no hay en el horizonte ningún compromiso. Una situación que complica aún más la adopción definitiva del presupuesto antes de fin de año.

Lecornu ha demostrado en su segundo mandato —el primero duró 836 minutos— actitudes distintas respecto a sus predecesores. Escucha, toma decisiones consensuadas. No da la impresión de acudir al Parlamento con órdenes concretas y no suscita animadversión —o al menos no tanta como sus predecesores— entre sus oponentes. Pero no ha sido suficiente hasta ahora para frenar los malos augurios. El tiempo pasa. Y empieza a crecer el nerviosismo entre las filas del macronismo, que ve cómo la paciencia de los socialistas vuelve a agotarse. El lunes, Lecornu fracasó en su intento de reunir a todas las formaciones en torno a una mesa para consensuar nuevos pasos.

La situación está lejos de poder ser compensada. Las medidas de ahorro previstas, por otro lado, han sido rechazadas. La congelación de las pensiones y de las prestaciones mínimas, que debía aportar 3.500 millones de euros, no fue aprobada. Lo mismo ocurrió con el aumento de tres puntos en la cotización de jubilación de las administraciones locales, decidido por el Gobierno de François Bayrou cada año hasta 2028, que debía generar 1.800 millones de euros. También se anuló la creación de una cotización patronal sobre los vales de comida y los cheques-vacaciones, que debía aportar 1.000 millones de euros. El agujero, en el esfuerzo sobrehumano de este Gobierno por mantenerse en pie, se sigue agrandando.

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