Los talibanes prohíben las ventanas con vistas a casas vecinas en las que vivan mujeres

Los talibanes han dado este lunes un paso más en una política que, para muchas mujeres afganas, se resume en enterrarlas en vida. El Gobierno de hecho de la antigua guerrilla ha prohibido ahora que los edificios de viviendas de nueva construcción tengan ventanas con vistas a casas vecinas en las que residan mujeres. “Las ventanas que den a zonas tradicionalmente utilizadas por las mujeres de los hogares vecinos estarán diseñadas de tal manera que queden bloqueadas por paredes u otros medios”, explicó este lunes el portavoz adjunto de los talibanes, Hamdullah Fitrat, que aseguró que esta medida “tiene como objetivo salvaguardar los principios islámicos y los derechos de la sharia (ley islámica) de los vecinos”.

La norma se aplicará a todos los edificios de nueva construcción, pero no está claro si se impondrá a los inmuebles ya construidos ni cómo se decidirá si una ventana tiene vistas o no a una zona empleada por mujeres y, por tanto, si deben ser bloqueada.

Como el resto del más de un centenar de edictos que han suprimido derechos de las mujeres —adoptados por los talibanes desde su llegada al poder en agosto de 2021—, esta orden procede del líder supremo de los fundamentalistas afganos, Haibatulá Ajundzadá, confirmó el portavoz adjunto de los fundamentalistas.

El pasado 23 de agosto, los gobernantes afganos ratificaron una ley de moralidad que sentenció definitivamente el borrado de las mujeres de la esfera pública y esa privación de derechos que Richard Bennett, relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en Afganistán, definió en junio como un apartheid basado en el género en un informe al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Esa norma incluye la prohibición a las afganas de hablar en espacios públicos y de mostrar sus rostros, que, desde ese día, tienen que cubrir íntegramente. Las mujeres y niñas del país centroasiático ni siquiera pueden mirar a hombres que no sean parientes muy cercanos.

Las afganas tienen prohibido estudiar a partir de los 12 años y trabajar en la Administración, las fuerzas de seguridad, los bancos, las ONG y Naciones Unidas. Tampoco están autorizadas a obtener el pasaporte ni viajar sin la compañía de un pariente varón cercano. El ocio también les está vedado. A la prohibición general de escuchar música se suma que las afganas no pueden ya entrar en parques, jardines ni gimnasios. Tampoco acudir a peluquerías —cerradas también por los talibanes—ni a baños públicos. Cinco de cada diez afganos no tiene acceso a instalaciones de saneamiento básicas, según datos de Unicef. Para muchas mujeres y niñas, esos baños eran la única forma de lavarse con agua caliente y de tener una adecuada higiene menstrual.

La persecución a las afganas alcanzó un nuevo culmen el 2 de diciembre cuando Ajundzada rubricó un decreto para prohibir a las mujeres formarse en profesiones sanitarias. Las consecuencias de esa decisión van mucho más allá de la ya de por sí grave de privar a las afganas de uno de los últimos reductos para estudiar y trabajar que les quedaban. Sin médicas, odontólogas, matronas ni enfermeras, muchas mujeres se verán privadas de asistencia médica, dado que, en varias provincias del país, los sanitarios varones tienen prohibido tratarlas.

La nueva orden de los talibanes sobre las ventanas de las casas ha sido recibida con opiniones contrapuestas en la sociedad del país. “Es una buena orden, hoy en día Kabul está llena de edificios altos”, dijo a EFE Surosh Ahmad, un residente del barrio de Taimani, en el noroeste de la capital, que aseguró que la intimidad de los vecinos de las casas tradicionales (más bajas) “se ve amenazada por los edificios altos”.

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