“El club intentó varios medios para conseguir la admisión de las ligas. Desgraciadamente, los fondos recaudados fueron insuficientes para saldar las deudas acumuladas durante años”, declaró el Guangzhou FC en un comunicado el pasado lunes, después de la decisión de la ACF. Los medios locales han especulado que el equipo considerado en su día el buque insignia del fútbol profesional chino, el combinado que conquistó ocho ligas nacionales entre 2011 y 2019, dos Ligas de Campeones de Asia, y atrajo a golpe de talonario a figuras de renombre ―del entrenador italiano ganador de una copa del mundo, Marcello Lippi, a la estrella brasileña Robinho― se disolverá tras la negativa.
Su ascenso fulgurante estuvo vinculado a los años de crecimiento chino desaforado y al boom de la construcción. Su caída coincide con los estragos del frenazo del ladrillo: en noviembre, los precios de la vivienda nueva acumularon 18 meses seguidos de caídas, según la última estadística publicada. Este sector llegó a representar cerca de un tercio del PIB chino y fue durante años una gran máquina de hacer dinero. El frenesí alumbró imperios de ladrillo, y algunos de estos imperios apostaron por el fútbol. Fue el caso de la empresa Evergrande. Esta compañía, que llegó a ser una de las mayores inmobiliarias de China, adquirió en 2010 el club de la capital de la provincia de Guangdong, que ya tenía décadas de historia. Con la chequera por delante lo catapultó a lo más alto. También le dio su nombre durante unos años, el Guangzhou Evergrande, hasta que la federación prohibió el patrocinio del nombre de los equipos.
Hoy, la empresa Evergrande está en fase de liquidación, con una deuda de 300.000 millones de euros, miles de viviendas sin acabar, esqueletos grisáceos diseminados por todo el país, y su fundador, Hui Ka Yan, antaño el hombre más rico de China, fue detenido en 2023. Ya en 2022, el equipo había sido relegado por problemas financieros a la segunda división, donde ha jugado las dos últimas temporadas.
Los fichajes del Guangzhou FC eran entonces similares a los que se ven en los últimos años desde Arabia Saudí o Estados Unidos. El entrenador italiano Lippi, contratado en 2012, fue el artífice de tres ligas, una copa china, y la Liga de Campeones asiática (luego pasó a entrenar a la selección China); llegó después Luiz Felipe Scolari, el míster que había guiado a Brasil a ganar la copa del mundo en 2002: ganó siete títulos en dos años y medio.
Esa burbuja, igual que la de la vivienda, se ha pinchado en los últimos años. Casi como un símbolo de final de época, el brasileño Oscar, que llegó al Shanghai Port en 2017 como el fichaje más caro de la competición (60 millones de euros) ha dicho adiós también esta semana al club, después de ocho temporadas en las que se estima que ha ganado 175 millones de euros, y cinco títulos.
Apenas quedan en el fútbol chinos grandes nombres. Y sí una estela de pufos, corruptelas y detenciones: la digestión de los años de bonanza. El principio del final llegó hacia 2018, después de que se introdujera un impuesto al lujo que limitó los grandes fichajes; se estableció también un tope salarial de 3 millones de euros anuales que disuadió a estrellas internacionales. Luego llegó la pandemia, un golpe mortal para decenas de clubes: cerraron 16 en el primer año del coronavirus (uno de ellos, el Liaoning Whowin, el único equipo aparte del Guangzhou capaz de ganar la liga de campeones de Asia, una vez, en 1990); la covid agravó también la situación del sector inmobiliario y de la economía en general; muchos de los grandes inversores se esfumaron. Y sus efectos también se han notado más allá: en mayo de 2024, el fondo estadounidense Oaktree se convirtió en el nuevo propietario del Inter de Milán después de que el accionista mayoritario, el conglomerado chino Suning, dedicado a las franquicias de electrodomésticos, fuera incapaz de devolver a tiempo un préstamo de 395 millones de euros.
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Source: elpais.com