El viaje a Houston de Erika para ver a sus hijos pende de un hilo por su estatus migratorio: sin papeles. El mismo que el de los padres de Yasmín, cuya fiesta de quinceañera ha sido cancelada, con el vestido de princesa y el salón de baile encargados desde hace meses. En el taller de recauchutado del también indocumentado Iban en La Villita, como se conoce al barrio de South Lawndale, cuelga como otros locales vecinos el cartel de cerrado desde la semana pasada, cuando la Administración de Donald Trump lanzó la operación de deportación a gran escala de inmigrantes irregulares en Chicago. Una ofensiva que ha dejado la vida cotidiana de decenas de miles de personas en suspenso, en un limbo de incertidumbre y miedo. “Pero tenemos que seguir adelante, para nosotros las redadas no son nada nuevo, ni la amenaza de la migra [policía del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, ICE en sus siglas inglesas]. Claro que tenemos miedo, pero ¿qué vamos a hacer? Pues seguir trabajando no más, a eso hemos venido, no a cometer fechorías”, dice el mexicano Manuel, camarero en una cafetería del centro de Chicago. Ninguno de los testimonios de este reportaje ha querido dar su apellido.
Otra realidad es la de un sistema migratorio disfuncional, hecho de remiendos cuando no de jirones; “un sistema roto”, definición en la que coincidieron durante la campaña electoral Trump y la candidata demócrata, Kamala Harris. En una misma familia, como la de Bonifacio, que trabaja en una fábrica de componentes electrónicos, conviven sin papeles (él y su esposa); hijos dreamers (un programa de protección de la era Obama para los que llegaron al país de niños) y nietos que son estadounidenses gracias al ius soli, o derecho a la ciudadanía por nacimiento, que el republicano ha querido abolir en una de sus primeras órdenes ejecutivas, aunque un juez ha bloqueado temporalmente el decreto.
Nada suena a nuevo y a la vez todo retumba e inquieta como si fuera inédito. Trump viene demonizando a los inmigrantes desde 2016, cuando llegó por primera vez a la Casa Blanca: bad hombres, descalificó a los mexicanos; “violadores, animales, criminales” que han “invadido” EE UU por culpa de una “frontera rota” que quiere sellar con un muro. Desde entonces, el tono de su violenta retórica xenófoba ha subido, hasta el anuncio hace unos días de que planea enviar a 30.000 a la cárcel en la base militar de Guantánamo. Los pocos que justifican sus medidas ejecutivas citan las cifras récord de deportaciones de sus predecesores Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, con 5, 10 y 12 millones, respectivamente, .
La Villita se defiende, un repentino grupo de activistas, publica en las redes sociales avisos, noticias de “avistamientos” de vehículos sospechosos de trasladar a los funcionarios del ICE, además del manual de emergencia ante la migra: “No abras la puerta, guarda silencio, no firmes [ningún papel], reporta y graba [el número de placa de los agentes], ten un plan” para que alguien se haga cargo de los hijos si el padre o la madre son arrestados. El mismo día de la entrevista, el pastor Amador confirmaba la detención de un vecino que acababa de dejar a su hijo en la escuela: “Los agentes le abordaron con una citación judicial y se lo llevaron delante de su esposa”.
Además de las autoridades de Chicago y el Estado de Illinois, incluidas las de la red de escuelas públicas, que han salido en defensa de los migrantes, los engranajes de la sociedad civil ―que se mezcla con la confesional, dado el protagonismo de las iglesias― demuestran estar bien engrasados. La Iglesia católica ha sido blanco de las críticas del vicepresidente, J. D. Vance, que el domingo pasado defendió las redadas en colegios e iglesias, lugares hasta ahora inviolables. Vance criticó una carta de la Conferencia Episcopal de EE UU contra los planes de deportación y acusó a los obispos de no haber sido “un buen socio en la aplicación con sentido común de la ley de inmigración”. De las iglesias evangélicas, mayoritarias en los barrios de inmigrantes, el pastor Amador lamenta el apoyo a Trump de sus correligionarios “blancos”. “Espero que los evangélicos blancos, que le han votado en masa, sientan algo de misericordia ante sus planes, como ese disparate de Guantánamo. Su postura demuestra que son poco cristianos, que su fe es secundaria frente a su nacionalismo blanco”.
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Source: elpais.com