Farmacéuticos para curar la soledad en mayores: “Recogen la medicación, se desahogan, comentan problemas y alegrías”

“Mira, ese es otro restaurante que cerró hace poco”, dice Luis Noriega, un farmacéutico de 57 años, mientras conduce hacia La Quintana, uno de los pueblos de Valdeolea, un municipio rural al sur de Cantabria, donde algunos no llegan ni a los 10 habitantes. “Más soledad”, resalta, “una cafetería se vuelve muy importante porque sin ellos es un lugar menos a donde ir”. La soledad. Este es el tema por el que Noriega va camino a la casa de Otilia Varona, de 77 años.

Va con la tarea de presentarle un proyecto del Gobierno de Cantabria que hace actividades con adultos mayores para que estén acompañados. Noriega, hace unos días, detectó que Varona podría estar sintiéndose sola, pues cuando acude a su farmacia, en Mataporquera, la capital del municipio, busca cháchara, un café con alguien, un momento para paliar la soledad. Como farmacéutico funciona como “radar” para detectar la soledad no deseada en quienes acuden a la farmacia, especialmente en mayores. En otras zonas de España hay iniciativas similares articuladas a través de los colegios profesionales, como en Madrid, Barcelona o el País Vasco.

Es una mañana lluviosa de invierno y las calles de los pueblos se ven aún más vacías: “Hay mucho tiempo donde te encierras y no hablas con nadie”, dice Varona, en referencia al clima. No sabe que a la mañana siguiente caerá una nevada que dejará el pueblo, y sus montañas, completamente blanco. “A veces voy donde el farmacéutico y le doy un poco la chapa”, cuenta. Noriega le presenta el programa: “Tiene actividades para gente que quiere pasar un rato juntos. Organizan muchas cosas por ahí: paseos, talleres, manualidades, teatros”.

Varona vive en un pueblo de seis habitantes, lo dice después de contar cada nombre. “La vida en el pueblo la tienes que tener muy clara: hay muchos momentos de soledad y los tienes que gestionar”, cuenta. Ella regresó a La Quintana tras su jubilación, antes estuvo en Bilbao más de 40 años trabajando como enfermera. Ahora vive con su hermano. “Yo doy muchas vueltas por ahí, cojo las albarcas y me voy, o paseo en el coche, o me voy por un café. Yo no puedo estar tres días sin hablar con alguien. Me comen las hormigas”.

Hace 17 años que Noriega tiene la farmacia en Mataporquera, un pueblo que llegó a tener más de 4.000 habitantes, pero ahora son unos 884, según el INE. “Está sufriendo despoblación, un alto porcentaje de personas mayores se están quedando aisladas”, dice. El trabajo contra la soledad no deseada lo realiza desde hace años, pero en 2022 se institucionalizó cuando el Gobierno de Cantabria comenzó a trabajar con el Colegio de Farmacéuticos de la región para el Programa Viernes.

En Mataporquera, el Programa Viernes ha encontrado aliadas en la Asociación de Mujeres Santa Eulalia, que tiene entre 30 a 40 socias mayores de 50 años. Ellas, de por sí, hacen actividades casi a diario. Acciones que, según cuentan, “significan mucho, son vidilla”. Es su forma de luchar contra la soledad. También, son quienes participan de las actividades del programa y convocan a más gente.

—“Igual es una manera de comenzar”, responde Varona, “Luis, tú tienes fama de arreglar todos los problemas”, agrega.

Mientras García saca un rabel, un instrumento de cuerda que toca, Noriega cuenta: “A veces Pedro Luis va a la farmacia y deja los medicamentos que compra a propósito, dice que los olvida, pero es para que yo se los traiga hasta su casa”. García también canta en el coro del pueblo. Dos veces a la semana. Otra actividad que lo saca de la soledad que a veces siente.

Dafne Sicilia tiene 54 años y hace 26 llegó a . “Cuando llegué era un barrio de personas mayores y los comencé a conocer en la farmacia, que era el centro de reunión”, cuenta. Entendió, rápidamente, que algunos se sentían solos, así que comenzó hacer actividades: desde subir al Montjuic hasta ir a bailar a Sants.

Años después, Sicilia sigue haciendo ese trabajo, aunque enfocado en la detección, junto con el proyecto Radares de la capital catalana. “Vienen a preguntar dudas de todo tipo. Te cuentan que les han llamado del gas y les han dicho tal cosa. Ahí te das cuenta que a algunos les falta compañía y alguien a quien decirle que le llamaron de la compañía del gas”, dice Sicilia.

Para Sicilia a veces la solución no siempre deriva en llamar a los servicios sociales, sino también en actuar. “Tal vez está en nuestras manos hacerlo”, dice.

Noriega está de acuerdo. Fue lo que hizo el año pasado cuando salió a caminar a la montaña con Luis De La Fuente, de 81 años, que vive en Mataporquera, a quien había visto decaído y solo. Sabía que él, durante toda su vida, había ido de ruta por Cantabria. Cuando De La Fuente tenía solo 20 años perdió el brazo derecho y la mano izquierda en un accidente en una fábrica: “Iba a la montaña a escapar”, cuenta. Caminó casi todas las rutas de Cantabria y las de otras regiones, subió a los picos más difíciles y lo hizo, también, en tiempos récord, recuerda. Sin embargo, hace unos 10 años cuando a su hermana le diagnosticaron Alzheimer, “se acabó todo”. De La Fuente entró en un cuadro depresivo fuerte y dejó de salir de ruta.

Años después, el farmacéutico lo vio e intervino: “Ponte en forma que vamos a andar”, le dijo. Y, así, meses después se fueron los dos, con otro compañero, a la montaña. Tenían que caminar unos 40 kilómetros al día. Entre risas, Noriega acepta que tal vez fue mucho esfuerzo; al final, algunos tramos los hicieron en coche y otros andando menos. Pero lo importante fue que De La Fuente volvió a la montaña: “La gente me dice que estoy loco, pero lo necesito”. Este año ya hizo cuatro caminatas.

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