Nuevos medicamentos como la semaglutida y la tirzepatida han revolucionado el tratamiento de la obesidad, una dolencia que afecta a uno de cada seis españoles mayores de 18 años, según datos del Ministerio de Sanidad. El primer fármaco es más conocido por la versión indicada para la diabetes, el Ozempic, mientras el destinada a tratar la obesidad se comercializa como Wegovy. El segundo puede encontrarse en las farmacias con la marca Mounjaro. El deslumbrante resultado obtenido por estas moléculas, que llevan a los pacientes a perder más del 20% del peso corporal, no oculta una chocante paradoja. Los dos medicamentos se prescriben en base al Índice de Masa Corporal (IMC), un indicador que relaciona el peso con la altura del paciente pero hace años que la mayoría de expertos considera que está desfasado. “Estamos prescribiendo medicamentos revolucionarios para la obesidad con herramientas obsoletas”, resumió en unas recientes jornadas celebradas en Cuenca por la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) la endocrinóloga Andreea Ciudin (Bucarest, 45 años), coordinadora de la Unidad de Tratamiento Integral de la Obesidad del Hospital Vall d’Hebron, en Barcelona.
Pregunta. Estamos en plena revolución contra la obesidad y …
P. ¿Qué problemas implica esto?
R. Una persona con un IMC superior a 30 puede ser corpulenta, con mucho músculo y buena salud. Otra que esté cerca del 25 puede tener demasiada grasa ectópica, la que está en la zona abdominal, que almacena triglicéridos y propicia la diabetes, problemas cardiovasculares… Y luego está la grasa subcutánea, que no tiene estos riesgos. El IMC no nos dice nada de todo esto.
P. ¿Y entonces por qué se usa tanto en la práctica clínica?
R. Porque es fácil y rápido de calcular. Es una fórmula matemática que tardas un segundo en resolver, así que como herramienta potencial para establecer criterios en la toma de decisiones era muy prometedora. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la adoptó en 1998, no hace tanto.
P. Hace menos de tres años, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) aprobó el Wegovy y el Mounjaro estableciendo niveles de IMC como criterio para el tratamiento de la obesidad. Estos son tener un nivel superior a 30, o a 27 si hay otros problemas de salud asociados. En una decisión con enormes repercusiones económicas y de salud, ¿no resulta desconcertante que se fijaran estos valores si hay tantas dudas con el IMC?
P. ¿Y no hay alternativas al IMC?
P. ¿Y qué puede hacerse?
R. Avanzar en lo posible. La Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO, en sus siglas en inglés) ha propuesto añadir al diagnóstico de la obesidad un nuevo criterio, que es el llamado índice cintura-altura. Este te da información más precisa sobre la distribución de la grasa. El diagnóstico propuesto sería una persona con un IMC superior a 25 y, además, un índice cintura-altura superior a 0,5. Pero el problema sigue siendo que la obesidad no acaba de ser del todo bien comprendida.
P. ¿A qué se refiere?
P. ¿Cómo lo hacen?
R. Son una especie de copia. La semaglutida es análogo a una de estas hormonas, la GLP-1, y la tirzepatida, de dos (GLP-1 i el GIP). Lo que hacen es suplir las que no funcionan adecuadamente. Tengo pacientes que te confiesan que nunca habían tenido la sensación de estar saciados hasta tomar estos tratamientos. Algunos dejaban de comer cuando se acababa lo que había en el plato porque sentían que eso era lo que debían hacer. Otros no se quedaban tranquilos hasta comerse cuatro raciones.
P. ¿Estas personas no pueden ajustar su ingesta y gasto calórico por otras vías? Siempre se ha dicho que es muy importante un cambio de hábitos…
P. ¿Cuál?
R. La adaptación metabólica. Cuando perdemos peso y, por tanto, grasa corporal, el cerebro reacciona poniendo en marcha un mecanismo de supervivencia para recuperar esta grasa y lo hace inhibiendo algunas de estas hormonas e influyendo en el apetito y el gasto calórico. Es por esto que la obesidad no siempre se controla con cambios en los hábitos de vida y en ocasiones requiere tratamiento. Pasa a ser algo parecido al hipotiroidismo o la diabetes tipo 1, en los que hay un déficit endógeno de una hormona y el paciente requiere apoyo farmacológico para corregirlo.
P. ¿Para siempre?
R. En general, sí. Hemos visto que algunos pacientes mantienen la pérdida de peso al dejar el tratamiento con semaglutida o tirzepatida, pero la mayoría lo recupera. Es lógico que sea así, ya que hemos retirado el tratamiento que sustituye el déficit hormonal. Podemos compararlo con retirar una terapia para el hipotiroidismo o la insulina en la diabetes tipo 1. El problema de base vuelve a surgir.
P. ¿Y hay datos de seguridad a largo plazo?
R. Los que tenemos son buenos, con pacientes de diabetes que han tomado semaglutida durante casi 15 años.
P. ¿La obesidad está también en los genes?
R. En algunos casos sí. Una médico del hospital es un buen ejemplo. Vino con un IMC 32 y nos contaba: ‘Toda mi vida he hecho dieta y he engordado incluso con algunas hipocalóricas’. La miraban como una mentirosa. Le diseñaban una dieta con la famosa Ecuación Harris-Benedict, que data de 1919 y estima tu gasto calórico en reposo en base a la edad, peso, talla y género. Se calcula y le restas 500 calorías, ajustado a la actividad física, para perder peso. La ecuación de esta mujer daba 1.700 calorías, así que seguía una dieta de 1.200. Y pese a ello, no perdía nada de peso, al contrario.
P. ¿Cómo puede ser?
R. Le hicimos una calorimetría indirecta, una prueba diagnóstica específica que mide tu gasto calórico eqn reposo, que viene a suponer el 70% u 80% del total, de forma individualizada. Y resulta que el suyo en reposo era de apenas 900 calorías, seguramente por factores genéticos, aunque en esto nos queda mucho por estudiar. Salió llorando de la consulta diciendo que se lo iba a enseñar a todo el mundo, que por fin iba a poder mostrar que ella no mentía y que tenía el metabolismo lento, como había dicho siempre. Con la obesidad se ha sido terriblemente injusto con muchos pacientes, incluso desde el sistema sanitario.
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Source: elpais.com