R.O. tiene 52 años y una adicción a las máquinas tragaperras. Se define como “jugador compulsivo”. Empezó a jugar con 16 y hasta los 44-45 dice que no se “descontroló”. Paralelamente, desarrolló también una adicción al alcohol: las partidas diarias iban acompañadas hasta de seis cervezas. Pidió ayuda en 2017 a un centro de adicciones de salud mental e ingresó en un centro de patología dual, en el que atienden a adictos que además tienen un trastorno mental. Le fue bien, pero recayó. “Incrementé incluso el ritmo que tenía antes”, dice. Asegura haberse gastado más de 20.000 euros.
En establecimientos como bares y cafeterías, al no tener control de acceso, no rige el llamado sistema de autoprohibición, que se obtiene después de realizar una solicitud al Registro de Interdicciones del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas. Una vez aprobada esta petición, es la propia administración y las empresas las que impiden el acceso a la persona a las salas físicas o portales en internet donde se lleve a cabo el juego. Según los datos de la Dirección General de Ordenación del Juego (DGOJ) a finales de 2024 había 23.707 altas. R.O. es una de esas personas apuntadas desde hace varios años.
Hace unas semanas, R.O. empezó una recogida de firmas en change.org para prohibir las máquinas tragaperras en los bares. Donde reside, dice que ve hasta cuatro en muchos establecimientos (en Cataluña hay un total de 15.833). “Se me ocurrió porque cuando iba por las mañanas de bar en bar pensaba: ‘ostras, ojalá pudiese entrar ahora en uno y que no estuviesen las máquinas, ya se me habría acabado el problema’. Si ando por la calle procuro no mirar dentro del bar, pero sin querer se me va la vista y si hay una máquina la veo enseguida. Mi solución es no entrar. Lo tengo comprobado: cuando lo he hecho, no he podido evitar mirar cómo jugaban los demás y ese día a lo mejor no caía, pero al siguiente iba a otro bar pensando en que no me pasaría nada y resulta que llevas algo de calderilla, le echas una moneda y una sola es suficiente para despertar el ciclo otra vez. La echas, coges y vas al cajero más cercano para sacar más. Así es muy difícil”, se sincera.
R. O. asume que un adicto lo es para toda la vida: “Otra cosa que juegue o no, pero la adicción la tendré siempre, aunque cueste aceptarlo”. Y concluye: “Sé que es muy difícil lo que estoy pidiendo, pero espero que al menos se cree un debate”.
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Source: elpais.com