La primera cuestión por resolver, a medida que avanza el juicio al cirujano Joël Le Scouarnec, acusado de violar a 299 menores durante 25 años, es el grado de conocimiento que tenía su entorno. Especialmente su esposa, Marie France, la mujer que vivía con él y que, según relató este miércoles el hermano del cirujano, tenía que saberlo. “Debería haber hecho que se curase. Cosa que nunca se hizo”, ha señalado P. Le Scouarnec en el tercer día del proceso, justo antes de que la propia Marie France, uno de los testimonios clave del juicio, declarase también sin despejar esa duda. El acusado, encorvado y con las manos agarrándose las rodillas, vestido con una gruesa chaqueta negra, observaba en silencio el testimonio de su hermano, primero, y luego también el de su exesposa.
Marie France se divorció de Le Scouarnec en 2005. Y los motivos reales de aquella separación fueron una de las líneas del interrogatorio del tribunal en la tercera sesión de un juicio que puede alargarse más de cuatro meses. ¿Sabía ella todo lo que ocurría? ¿Cuándo le visitó en la cárcel fue para hablar de ese tema? El hermano del acusado no tiene duda. “Hay una persona que podría haber hecho que fuera detenido, su mujer. Estaba al corriente de las actividades de su marido y no hizo nada”, ha asegurado el hermano de Joël Le Scouarnec, cinco años menor que el acusado, de 74. Una omertà familiar que se rompió de golpe en mayo de 2017, cuando fue denunciado por la vecina de seis años, que le acusó de tocamientos y exhibicionismo.
La presidenta ha insistido y ella ha intentado evitar la respuesta directa: “No lo sé. Yo misma fui violada y no encontré nada agradable en ello”. El fiscal se hartó en ese momento y cortó la conversación tras recordar que cualquier abuso a un menor era un delito. “¡Es la ley!”, ha advertido.
La mañana fue el momento de la declaración de Christian D., de 80 años, su mejor amigo y que también lo fue de su padre (se llevaba 20 años con él), un tipo hosco, vulgar y sin ninguna empatía por lo sucedido, alguien que sigue sin juzgarle y le visita regularmente en la cárcel. Su colega, “pase lo que pase”, ha dicho. “Ha entrado en el club”, lanzó en una ocasión. Se ha mostrado escueto y agresivo, con una declaración desagradable, sin quitarse el anorak de plumas y apoyado en la tribuna como si estuviera en la barrera de los toros.
“Mire, esas historias de bragueta no son mi problema”, ha lanzado intentando zafarse de las preguntas de la presidenta del Tribunal. “¿Ve la pantalla detrás de mí, sabe quiénes son? Son las partes civiles constituidas en este proceso. ¿Ve cuántos hay? Son sus víctimas”, ha respondido ella. Pero a él le daba igual. “Mire, ¿yo qué quiere que hiciera? Nunca le vi con los bolsillos llenos de caramelos para dárselos a esos niños”. Las víctimas, reunidas, no daban crédito y empezaban a encontrarse mal.
El amigo ha reconocido que le hubiera gustado acostarse con el acusado, con quien compartía la pasión por la música clásica y la ópera: “Sí, pero no le gustaban los hombres”, ha respondido a la pregunta sobre este asunto. Le Scouarnec se iba encogiendo en su asiento y miraba hacia el suelo, mientras el amigo continuaba desafiando a otro de los abogados de las víctimas: “Mire, yo no me puedo poner a llorar por todo lo que pasa en el mundo”. Y poco después, una de las defensas, mientras centenares de personas en un anfiteatro seguían por la señal de vídeo la declaración, ha pedido interrumpir la sesión porque las víctimas no se encontraban bien al escuchar la declaración de Christian D.
Un espectáculo que no ha beneficiado al acusado, que ha sido advertido por su abogado y por eso, cuando ha sido su turno de declarar, se ha desmarcado de él: “Eres mi amigo y continuarás siéndolo. Te conozco desde hace mucho y no estoy sorprendido de tus declaraciones. Pero debo decirte que me he quedado profundamente impactado respecto a lo que has dicho de todas esas personas que yo he agredido y herido a causa de mis actos”.
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Source: elpais.com