Hay cientos de miles de “vacas”, “malfolladas”, “marimachos”, “feminazis”, o “denuncias falsas” repartidos en las conversaciones. Y es algo que puede verse, leerse o percibirse haciendo un recorrido por redes, pero también, ahora, son características y palabras que dan forma a una realidad analizadas en el último informe de la consultora LLYC, Sin Filtro, que ha revisado la conversación sobre la igualdad en grupos feministas y antifeministas y ha procesado 8,5 millones de mensajes en X (antes Twitter) en 12 países de Latinoamérica y Europa, además de Estados Unidos.
Según el informe, en los países donde la conversación sobre igualdad en la agenda pública y social es menor, como ocurre en Chile ―que tiene un volumen de conversación un 27% menor que España―, “las comunidades feministas se encuentran más aisladas y su conversación tiende a ser más crispada porque se ve obligada a centrarse en responder a los ataques antifeministas”. Y al revés, “un mayor debate sobre la igualdad frente al contrafeminismo tiende a producir comunidades feministas más variadas y dispersas en los países en un 45%”.
Esto, dice García, es una de las claves para “que se entienda la necesidad de seguir hablando del tema”, de no ceder espacio al machismo para que acapare e invada la conversación con falacias y estereotipos en un ecosistema, las redes, que se han convertido “en una herramienta de ataque”. Lo dice porque otro aspecto que han encontrado es que en aquellos países donde el discurso feminista ha perdido relevancia en los últimos años “las voces antifeministas han ocupado ese vacío imponiendo narrativas que distorsionan la realidad”.
Lo que sí sucede de forma similar en todos los territorios es el uso habitualmente de una misma balanza para hablar de antifeminismo y feminismo, pero no son equiparables. No solo por lo que significan o representan o suponen sino por cómo se comportan y se relacionan e interactúan con otros grupos. Por ejemplo, “mientras el antifeminismo es un bloque mucho más homogéneo, en el feminismo se dialoga, hay diferentes puntos de vista, tanto internamente como en la conversación pública”, explica García.
“Irónicamente”, sigue el documento, “son los sectores más conservadores como el trumpismo quienes han instrumentalizado esta percepción para alimentar su agenda política, convirtiendo la lucha por la igualdad en el blanco de ataques y desinformación”. Por ejemplo, la promesa del presidente estadounidense de “desmantelar las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) a nivel federal”, lo que “supondría un grave retroceso en los derechos conquistados y reforzaría las barreras estructurales que impiden la igualdad real”.
García recuerda ese 44,1% de los hombres españoles que creen que las mujeres han ido demasiado lejos y sus derechos están discriminando a los hombres. Y este lunes, el barómetro mensual realizado por la empresa 40dB para EL PAÍS y la Cadena SER reflejaba que quienes tiene mejor opinión sobre Donald Trump son los hombres jóvenes, los de la Generación Z, que tienen ahora entre 18 y 27 años, que es exactamente la franja etaria en la que Vox tiene mayor intención de voto.
¿De qué depende que en España se sienta mayor o menor simpatía por Trump? De la edad y del género. Entre los más jóvenes, la diferencia entre los chicos y las chicas es de 25 puntos porcentuales, y entre los varones de 18 a 27 y los del baby boom (mayores de 60), de 24.
Esa “radicalización” apunta el análisis que “puede estar influyendo en que los hombres jóvenes se acerquen peligrosamente hacia el bando contrafeminista. Mientras las mujeres jóvenes se consolidan como el grupo más feminista y políticamente activo, un creciente número de hombres jóvenes adopta posturas conservadoras”.
En Alemania y Reino Unido la brecha ideológica de género supera los 25 puntos; es aún mayor en Corea del Sur y China; una encuesta de Gallup en Estados Unidos colocaba en 30 puntos porcentuales la brecha entre las mujeres y los hombres de 18 a 30; en España, el 70% de los votantes de Alvise Pérez el año pasado fueron hombres y que mujeres sobre todo en edades más jóvenes. Y pasa en Chile, y en Brasil, y en Argentina, donde hubo 12 puntos de diferencia entre hombres y mujeres en la elección de Javier Milei como presidente.
En el estudio ese grupo son “los escépticos”, suponen el 2% del antifeminismo: “El 98% de los perfiles tiene opiniones radicalizadas y solo un 2% podría recuperar el interés por la igualdad. Tienen 1,6 veces más probabilidad de polarizarse hacia el bando antifeminista y de radicalizar su discurso que de inclinarse hacia posiciones más moderadas”. Ese “riesgo”, además, “es mayor en los países donde las comunidades contrafeministas están más concentradas, como Chile, Colombia, Estados Unidos, España y Argentina”.
A eso, se suma que mientras que el grupo feminista es “fundamentalmente femenino, por lo que siguen faltando hombres hablando de igualdad, en el ámbito contrafeminista aparecen cada vez más voces ultraconservadoras de mujeres”, que comparten ideas como la de que el feminismo es un peligro para la familia y los valores tradiciones, que “sigue siendo un componente alto de la conversación, especialmente en América Latina, pero también empieza a tirar con fuerza con la nueva oleada ultraconservadora en Estados Unidos”.
“Todo esto hace sumamente difícil la tarea, el cambio”, arguye Luisa García. ¿Y ahora? La socia de LLYC se remite a la primera conclusión a la que apuntó: “Ahora, un momento en el que los algoritmos premian el ruido, hay que hablar, hay que volver a explicarlo una y otra vez, hay que insistir: en el feminismo”. Y a duplicar las voces, “más liderazgos de opinión más variados para evitar que cuatro se conviertan en un pararrayos”.
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Source: elpais.com