Todo lo que su médico no estudió en la universidad: “Nos forman para curar enfermedades, no para atender personas”

La ecografía de las 20 semanas es un momento clave para conocer la salud del feto. Paula, de 36 años, llegaba al hospital esperanzada en que todo fuera bien, pero después de pasar el ecógrafo por su vientre, mientras recitaba números que ella no sabía interpretar, su médico le dijo que quería que la viera otro ginecólogo. Estuvo esperando unos minutos sin que le aclararan qué sucedía. “Nada, una cosa de un vaso”, se limitó a comentar el especialista. Cuando por fin pudo tumbarse en la segunda consulta, los nervios habían aumentado, pero se limitó a preguntar si todo estaba bien. “Pues no sé, porque está de espaldas y no puedo ver nada”, respondió el facultativo. “No es lo que dijo, sino cómo. Una madre primeriza como yo tiene todos los miedos en ese momento, le acaban de decir que hay que revisar un vaso y la única contestación que obtienes te la dan de forma airada, como si fuera la mayor locura del mundo interesarte por el corazón de tu feto”, apunta la paciente.

Este tono entre paternalista y grosero no es seguramente generalizado en la mayoría de los médicos, pero tampoco resulta infrecuente. En la mastodóntica formación de los galenos, que completan seis años de grado, tienen que pasar una prueba selectiva en el MIR y luego entre cuatro y cinco años más de especialidad, hay habilidades en las que se hace poco (o ningún) hincapié: la empatía, la comunicación con los pacientes, la psicología para gestionar emociones, para dar malas noticias no tienen materias propias en la mayoría de las universidades. Son conocimientos transversales que se pueden aprender o no, que dependen más de los tutores que les toquen en suerte, de los ejemplos profesionales que tienen a su alrededor y de la personalidad del propio facultativo. Pero estas habilidades llamadas blandas no son las únicas que faltan en la formación. Un médico que termina el grado hoy en día ―mucho menos si hace años― no tiene por qué saber prácticamente nada de nutrición saludable, de prescripción de ejercicio físico a personas sanas, de la importancia del sueño o su higiene.

La Medicina de Familia, la salida más frecuente de los médicos (en el último MIR representaba 2.500 de las 9.000 plazas en oferta) carece de una asignatura como tal, algo que reclaman las sociedades científicas afectadas: no solo para añadir conocimientos, sino para prestigiar una especialidad que suele quedar a la sombra de otras con más reconocimiento, fomentando lo que los profesionales llaman “hospitalocentrismo”.

Vicente Martín, responsable de Universidad de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), ha hecho un repaso de todos los temarios y la Medicina de Familia “no aparece por ningún lado”, como tampoco la “rotación obligatoria” por centros de salud. Además, opina que en la carrera se hace poco hincapié en dos de las principales vertientes de la medicina: “Es la ciencia y es el arte de prevenir y curar la enfermedad”.

La parte del “arte” incluye la de transmitir al paciente y a la familia lo que sucede con su salud. Y, aunque está recogido “de manera transversal” en todos los planes de estudio, Martín opina que “no siempre se aborda” de la manera adecuada. La faceta de la ciencia también flaquea, desde su punto de vista: “Hay bastantes lagunas en la promoción del pensamiento científico, el método… Normalmente lo ven en primero, pero no están suficientemente maduros, se lo tragan como los pavos. Debería hacerse más hincapié durante todo el grado”.

En esto coincide con Beatriz Torres Blanco, responsable del Grupo de Residentes y Jóvenes Especialistas de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG): “Hay muy poca formación de investigación como medicina comunitaria, incluso en los cuatro años de especialidad, raro es el residente que sabe realizar ciertas tareas en este sentido, de promoción, de intervención en la comunidad, búsqueda de activos en salud en los barrios en los que trabaja. Esto está relegado a un tercer o cuarto plano”.

El decano de la UB recuerda que la formación del médico no termina con la carrera, ni siquiera con la especialidad: “Vamos a tener que seguir aprendiendo toda la vida. Pero al menos queremos que de nuestra facultad salgan buenos profesionales, empáticos, que tengan clara las bases de la profesión y que aunque la ciencia no es la respuesta para todo, es la mejor que hay. Quizás nos salga algún homeópata o algún antivacunas, pero los otros 199 no lo serán”.

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