Contra toda intuición estadística, un clásico en una final de Copa como la de este sábado en La Cartuja (22.00, La1) es una rareza. El torneo ha dado 120 campeones, el Barcelona y el Real Madrid han participado entre en 76 finales entre ambos, pero antes de esta solo se disputaron siete, con tres victorias para los azulgrana y cuatro para los blancos, casi siempre el resultado más inesperado. Han sido pocas, pero han dejado momentos determinantes para los ciclos de los dos gigantes: desde el último fogonazo del gran Ricardo Zamora, a la salvación de Cruyff que permitió el desarrollo ideológico posterior del juego del Barça.
Había pasado mucho desde la última. No solo tiempo. Era otro mundo, en el que el torneo se llamaba Copa del Generalísimo. El trofeo lo entregaba el dictador Francisco Franco en el palco del Bernabéu, un estadio que el Barcelona visitaba alicaído. Fue una década terrible para los azulgrana. El Madrid ganó ocho ligas en los sesenta. Pero como en casi todas las finales con clásico, sucedió lo que parecía menos razonable: el Barça se llevó la Copa en casa del enemigo gracias a un gol en propia puerta de Zunzunegui en el minuto 7. Sin embargo, del partido quedó sobre todo el rastro de las decenas de botellas de cristal arrojadas al campo por el público madridista enfurecido por las decisiones del árbitro, Antonio Rigo. En particular, una caída en el área de Serena al principio de la segunda parte. Llovieron botellas entonces y hasta el pitido final, en cada lance controvertido contrario al Madrid, como otra caída de Amancio. La temporada siguiente la federación impuso que las bebidas se sirvieran en vasos de plástico en los estadios.
El Barcelona se acercó a esta final en medio de una tormenta interna formidable. Maradona y Schuster, sus dos principales figuras, se habían empeñado en viajar a Múnich cuatro días antes del clásico para participar en un homenaje a Paul Breitner y el club se negaba. Schuster estaba enfurecido: “Si ganamos la final, que nadie me dé la mano”. Los futbolistas tensaron la cuerda y el club no cedió. Luego se supo que tenían contratos publicitarios y televisivos firmados que les iban a reportar cinco millones de pesetas por el vuelo en avión privado, una hora de partido y unas fotos. Todo se esfumó cuando Marcos marcó en el 90 el gol de la victoria del Barça y Schuster soltó dos célebres cortes de mangas, que no iban dirigidos a la afición del Madrid sino a Stielike. Fue el único título de peso de Maradona como azulgrana.
Esta vez Schuster estaba en el Madrid, pero lo que no cambió es que el Barça volvió a llegar a la final con fuerte marejada interna. Era la primera temporada de Cruyff en el banquillo, decepcionante, y Núñez, el presidente, se había quedado como el único miembro de la junta directiva que le defendía, después de haberse resistido a contratarlo. El Madrid, con los últimos restos de la Quinta del Buitre, tenía encarrilado el título de Liga y Núñez prohibió criticar en público al técnico holandés hasta después de la final de Copa en la que parecían dirigirse al desastre. Pero otra vez sucedió lo inesperado. Hierro se fue expulsado en el primer tiempo, Cruyff salvó el puesto con el trofeo y el Barça enlazó las siguientes cuatro ligas. Había nacido el Dream Team, que tanto ganó y tanto ha modelado el alma del Barça.
Después de que el Barcelona ganara dos ligas, una Copa y una Champions con Pep Guardiola en el banquillo, el Madrid creyó encontrar su antídoto, incluso filosófico, en José Mourinho. Sin embargo, el portugués salió del primer duelo en el Camp Nou con un 5-0 en contra. Con ese recuerdo afrontó unos meses más tarde una acumulación de cuatro clásicos en 18 días, entre la Liga, las semifinales de la Champions y la final de la Copa en Mestalla. Pese a que apuntaba al desastre definitivo, ahí derrotó por primera vez el Madrid de Mourinho al Barça de Guardiola, con un cabezazo de Cristiano Ronaldo en la prórroga. Se le abrió la esperanza de que . Y no fue la última vez.
Era la primera temporada de Carlo Ancelotti y del Tata Martino en los banquillos del clásico y en ambos casos olía a la última. Llegaron a la final de Mestalla por detrás del Atlético en la Liga y con solo cinco jornadas por delante. El augurio se cumplió en el caso del argentino, pero el italiano aguantó un curso más. Aunque no fue por levantar esta Copa, que quedará siempre como la de la asombrosa carrera de Gareth Bale por fuera del campo para superar a Marc Bartra rumbo a la portería de Pinto y marcar el 2-1. El galés proporcionó una alegría a Ancelotti, que sin embargo no fue definitiva. No pesaba tanto la Copa, aunque fuera un clásico. El puesto se lo salvó Ramos en otro gesto icónico, el gol de cabeza al Atlético en el minuto 94 de la final de la Champions de Lisboa.
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Source: elpais.com