El Aprendizaje Basado en Proyectos, un método educativo que se extiende pero, ¿sabemos si funciona?

En la clase hay varios grupos de estudiantes haciendo cosas distintas. Unos miden y cortan telas, otros cosen, y unos cuantos chavales tienen instrumentos y componen una canción con ayuda de un profesor. El trabajo, en conjunto, se llama Moda sin estereotipos de género, el colofón será un desfile en el patio, y es uno de los muchos proyectos que se están desarrollando hoy, como cualquier día del curso, en el instituto público Jaume I de Burriana (Castellón). En el aula de al lado construyen pequeños vehículos movidos con energía solar con materiales reciclados. Y en las de enfrente, construyen envases o se disponen a grabar un corto de época. El llamado Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) no es nuevo, en España lleva décadas funcionando en algunos centros, y se ha extendido especialmente en lo que va de siglo. Pero en los últimos años ha recibido el impulso de la actual ley educativa, la Lomloe, aprobada en 2021, que insta a los centros a utilizar el método.

Los proyectos tienen partidarios (y también detractores) entre el profesorado y las familias de toda España. Pero sigue sin estar claro hasta qué punto da buenos resultados educativos, sobre todo en las primeras etapas y cuando el fin es adquirir habilidades puramente académicas. “La cuestión es qué es un buen resultado”, dice Rodrigo; “desde nuestros objetivos, que es ser un centro inclusivo, sostenible, hacer un alumnado competente y que no haya absentismo escolar, lo conseguimos al 100%”. La dirección del Jaume I comparó el rendimiento de la primera promoción de su alumnado que trabajó por proyectos (el centro los puso en marcha hace ocho años) con los de la anterior. En competencia matemática y lingüística “estaban a la par”, afirma Rodrigo, mientras que en otras habilidades que podrían vincularse con la destreza para “aprender a aprender sobresalían más los que ya habían trabajado por proyectos”. “Nuestra mejora, en todo caso, está más en la convivencia, en saber ayudar a los demás, y en que se formen como ciudadanos”, añade.

Uno de los problemas de la investigación sobre el ABP ―como de otros estudios educativos―, sobre todo en las etapas de infantil y primaria, explica Ferrero, es que la que existe es de tipo cualitativo (centrada, por ejemplo, en la experiencia de una escuela concreta). Y, cuando es cuantitativa, lo es de tipo correlacional. Ello no significa que no sea valiosa, dice, pero sí que es un error “extraer relaciones de causa efecto entre lo que se hace en el aula y el impacto que tiene en el aprendizaje, el bienestar del alumnado o el colectivo sobre el que se está investigando”.

La cuestión puede mirarse, al mismo tiempo, desde otra perspectiva. Y es que, además de ser necesaria más investigación, es probable que la que se hace ahora no esté preparada para sopesar ciertas bondades del aprendizaje basado en proyectos, señala Miquel Àngel Alegre, jefe de proyectos de la Fundació Bofill. Otro tipo de competencias ―aparte de las curriculares, como la comprensión lectora o las matemáticas― que también son necesarias para el alumnado y que resulta razonable pensar que el ABP contribuye a que los chavales adquieran, como la capacidad de ser más autónomos y eficaces, de tener una visión más empática y de trabajo en equipo, de saber planificar mejor el propio proceso de aprendizaje… En general, de lo que se ha dado en llamar competencias ejecutivas. Para calibrarlo bien, continúa Alegre, es necesario desarrollar “un instrumental estandarizado, actualizado y robusto” que permita esas otras competencias. Un objetivo complejo, pero factible, como prueba el hecho de que la última edición del Informe PISA, la mayor investigación internacional sobre rendimiento educativo, evaluase por primera vez el pensamiento creativo (un capítulo en el que España no salió mal parada).

El otro flanco en el que Alegre cree que hay que reforzar el ABP es en la atención a la diversidad de los estudiantes. “En no dar por descontado que todos los chavales llegan con la misma mochila de competencias de autonomía y de trabajo en equipo, porque no es así”. Y tener en cuenta que probablemente no conviene aplicar igual un mismo proyecto , donde el profesorado debería “ajustar los objetivos y reforzar el seguimiento del alumnado”. Un aspecto que también debe cuidarse dentro de las propias aulas, que son cada vez más heterogéneas. Alegre asegura que, de hecho, todo ello se tiene en cuenta cada vez más, y que muchos pedagogos defienden que, si está bien diseñado y cuenta con los recursos suficientes, el APB resulta especialmente idóneo para atender la diversidad.

Uno de los rasgos enriquecedores del aprendizaje basado en proyectos, opina por su parte Francisco Selva, que fue director de instituto y ahora trabaja en la unidad de formación del profesorado de Castilla-La Mancha en Albacete, es que facilita el trabajo interdisciplinar ―un profesor de música con otra de lengua; una de matemáticas con otra de informática, como sucede en el Jaume I de Burriana― en un medio, el de la Educación Secundaria Obligatoria, que tiende a estar muy parcelado por departamentos. “Y eso es importante”, afirma Selva, “porque después, en la vida real, los problemas no se les van a presentar aislados, por asignaturas, sino en un conjunto”.

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