“Este club y esta afición se merecen conseguir la Champions por primera vez”, dijo el técnico, cuando el estadio se vaciaba y se acercaba su cumpleaños, pues cumplió 54 años este jueves. “Nuestro objetivo es hacer historia. Y espero que a partir de ahora podamos intentar ganarla cada año”.
Cada temporada gesta su gran temporal. El partido del Parque de los Príncipes reunió todas las condiciones que empujan a las confrontaciones épicas. El PSG no sabe ni quiere jugar a otra cosa que al vértigo. En la ola de entusiasmo que ha gestado entre sus aficionados no se podía permitir bajar el ritmo para administrar la ventaja. El Arsenal, normalmente calculador, se vio obligado por el 0-1 de la ida a revolucionar los motores. Los Kroenke, los dueños estadounidenses del club, pidieron a la secretaría técnica que presionara al entrenador, Mikel Arteta, para que quemara todo el combustible a disposición. Evitar bloques medios y bajos. Nada de micropartidos de dosificación. Querían presión a destajo. El premio del éxito se anunciaba fastuoso desde el martes. La constatación de que el ganador disputaría la final con el Inter instaló en los dos contendientes la convicción de que quien saliera triunfador de París levantaría la Copa de Europa en Múnich. El Santo Grial de dos de las instituciones deportivas más ricas del mundo que nunca han conseguido el trofeo.
Entregado el Arsenal a presionar como lo hizo desde el arranque, los dos equipos se comprimieron en 40 metros para decidir quién mandaba, y en el centro de la espiral se encontraron Odegaard y Vitinha. Se perseguían, se hostigaban, se robaban la pelota y alternaban posesiones fulgurantes sin tiempo a pensar, pero ellos pensaban de todos modos. Durante los primeros quince minutos Odegaard se salió con la suya y colocó al Arsenal en el balcón del área de Donnarumma.
Donnarumma tuvo que sacar en largo. Omitiendo una de las señas de identidad del equipo, el portero italiano dividió la pelota en duelos aéreos. Ganaron Rice, Partey y Saliba, más potentes que sus contrapartes, y entre Martinelli y Saka comenzaron a percutir sin tregua contra Hakimi y Mendes, dos laterales de época. Los mano a mano se acollararon. La grada vibró. Rice estuvo a punto de encontrar la escuadra con un cabezazo a centro de Saka. Se sucedieron una serie larga de saques de banda, y Partey se reveló como un arma inesperada colgando centros con las manos y Martinelli disparó a bocajarro aprovechando un rebote. Donnarumma lo sacó como pudo. El portero fue igual de determinante para desviar un tiro raso de Odegaard bien dirigido a la cepa del palo.
El PSG se vio más dominado que nunca. Al Arsenal solo le faltó encontrar mejores posiciones entre sus rematadores, bien cubiertos por Marquinhos y Pacho, y bien filtrados entre líneas por Fabían, Vitinha y Neves, tres turbinas atentas a cortar pases y fastidiar iniciativas. Si Martinelli hubiera tirado la diagonal con la frecuencia con que lo hizo Saka desde la derecha, el PSG se habría fracturado. Pero Martinelli no se atrevió a dejar la raya por temor a entregar la banda a los ataques de Hakimi, ya que Lewis-Skelly, el lateral izquierdo del Arsenal, se unía al mediocentro por sistema.
“No jugamos el partido que nos habría gustado jugar en la primera parte”, dijo Luis Enrique. “Pero a veces los rivales te obligan a hacer cosas que no te gustan y tienes que adaptarte”.
Vitinha lanzó mal el penalti que pudo liquidar el partido. Apenas le quedaba un hilo de esperanza al Arsenal cuando Trossard profundizó y posibilitó que Saka peleara con Saliba por el balón y empujara el único tanto de su equipo en la eliminatoria.
Arteta se encogió de hombros, tras el pitido final: “A ellos les ha ganado la eliminatoria Donnarumma, que ha sido el mejor jugador de los dos partidos. Esto no va de méritos. Estos partidos se deciden por la eficacia en las áreas”.
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Source: elpais.com