Una mesa muy larga en un salón antiguo decorado con velas. La comida servida. Personas vistiendo de traje y con una toga especial para los eventos formales. Una recepción, un sermón en latín y a cenar. Siempre siguiendo la tradición de hace más de 800 años de la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Así son las tardes de los viernes de Rafael José Fernández-Delgado (Málaga, 23 años) desde que hace casi un año que llegó a estudiar un máster en matemáticas puras a una de las universidades más prestigiosas del mundo. “Tiene su parte surrealista”, dice y agrega: “Es un ambiente muy antiguo, como en Harry Potter, y te hace imaginar que eres una persona importante de la época donde se hicieron todos esos descubrimientos relevantes, como Isaac Newton”.
El y Cambridge, muy diferente al español, ha llamado la atención de los jóvenes. La base de este es la autonomía. Los profesores condensan toda la parte teórica de las asignaturas en los primeros meses, y después cada alumno debe estudiar por sí solo: buscar bibliografía, consultar fuentes mencionadas por el docente, hacer ejercicios y tutorías. Este método lo consideran más estresante, pero aseguran que es una buena forma de prepararse para el doctorado, así como para aprender a gestionar el estrés, los tiempos y la independencia.
Los alumnos también destacan la amplia oferta de asignaturas en todas las ramas de las matemáticas. A Baeza, que estudió un doble grado en Matemáticas e Ingeniería Aeroespacial en la Politécnica de Cataluña, le interesa especialmente la geometría algebraica. En su universidad en España solo encontró una asignatura sobre el tema; en Cambridge ya ha cursado cinco. Lo atribuye a la diferencia de recursos y al mayor número de estudiantes: “No puedes pretender tener este abanico de especialidad en un máster con poca gente”, señala. Y aclara: “No es por falta de buenos investigadores, porque los hay”.
A través de distintos caminos —ya fuera por el impulso de profesores o por su participación en olimpiadas matemáticas— los cuatro jóvenes se enamoraron de las matemáticas desde el instituto. Mientras muchos de sus compañeros decían odiarlas, ellos se iban encausando en este mundo. Aunque fue al entrar a la universidad que confirmaron que no había vuelta atrás, y en el máster se reafirmaron.
En unos meses terminan este programa y tienen que decidir cómo seguir. La mayoría quiere, eventualmente, volver a España ―y a sus localidades― para aplicar lo aprendido y para estar cerca de sus familias. Fernández-Delgado, López y Baeza tienen pensado hacer un doctorado; los dos primeros lo harán en Madrid en el Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT) y en Austria en el Instituto de Ciencia y Tecnología (ISTA por sus siglas en inglés), respectivamente. Baeza está ultimando los últimos detalles.
A esto se suma que, durante los últimos años, la demanda de matemáticos e informáticos en puestos de trabajo no ha parado de crecer, entonces empresas acuden a los recién graduados y les ofrecen un sueldo que no tiene cómo competir con el de la academia. Fernández-Delgado cuenta: “Es muy poco incentivador que te quedes investigando por 1.100 euros al mes, cuando puedes estar cobrando 5.000. Si queremos que haya más investigación de Matemáticas en España, tienen que equiparar la investigación con el trabajo en empresa, al menos que sea más digno”.
Todos tienen sueños claros. Fernández-Delgado cuenta que quisiera tener un teorema propio, ya que estos se nombran por el apellido de quien los formula: “Uno que sea tan famoso que en los centros donde enseñan matemáticas tengan que decir mi apellido. Es como una manera de dejar huella en el mundo”. Pero también quiere ser un buen investigador para acompañar a nuevas generaciones de matemáticos españoles a encontrar su camino. “Gracias a mi tutora, estoy aquí en Cambridge. Quisiera tener alumnos y ayudarles en todo lo que ellos se propongan, ser una aspiración para ellos”, concluye.
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Source: elpais.com