Desde las vacunas al alcohol: cómo los médicos afrontan el negacionismo científico en la consulta

En casi medio siglo pasando consulta, Juan José Rodríguez Sendín ha visto casi de todo. En sus inicios recuerda que una familia lo llamó para atender a su hijo, que tenía sarampión. Lo tenían sudando, abrigado con una manta roja, bajo la luz de una bombilla del mismo color. “Cuando les pregunté para qué hacían eso, me respondieron: ‘Es para que le salga todo el rojo”.

En el congreso nacional de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), que se celebró la semana pasada en Las Palmas (y al que EL PAÍS ha acudido invitado por la organización), los facultativos han debatido cómo hacer frente a esta ola, que en España no cala de momento tanto como al otro lado del Atlántico, pero que también puede suponer un peligro para la salud pública.

Los mayores riesgos del negacionismo, según Sendín, están vinculados a intereses económicos. “Son el de los daños del tabaco y del alcohol”, resume. Ya no queda prácticamente nadie que dude del perjuicio de fumar, ni siquiera los adictos a la nicotina, pero sí es muy frecuente minimizar “la droga nacional” y pensar que el alcohol es inocuo.

Pese a que el consenso científico coincide en que la única cantidad segura de alcohol es cero, la percepción popular, alimentada a veces por profesionales sanitarios, es que las ingestas moderadas pueden ser incluso positivas, como algunos estudios sesgados de la industria intentan promocionar. El mes pasado, 25 sociedades médico-científicas se unieron para y para respaldar el anteproyecto de ley para reducir el consumo en menores que el Ministerio de Sanidad ha aprobado y que tiene que tramitar ahora el Congreso.

Un gran frente de negacionismo llegó con la pandemia. Pese a que en España los datos de la vacunación reflejan que fue muy minoritario y que la población confía en general en el sistema sanitario, sí que hubo un pequeño grupo que negó su utilidad o, en los casos más extremos, que pensaban que se trataba de algún tipo de experimento para controlar a la población. Entre estos últimos, reconocen los médicos consultados, la batalla está perdida. Pero a los primeros se les puede convencer con diálogo y datos.

Varios facultativos coinciden en señalar casos de colesterol muy alto en personas que siguen dietas con poca base científica o que prefieren recurrir a terapias alternativas para tratarlo antes que a medicamentos que han mostrado salvar vidas. “Un paciente vino con 600 [miligramos de por mililitro de sangre] de triglicéridos, que es una barbaridad. Le recomendé una medicación que no tomó, porque dijo que prefería seguir una dieta. Al tiempo volvió con 1.200. Después, nunca más regresó a la consulta”, dice doctora María Victoria Calvo, quien asegura que son frecuentes los casos de personas que piden analíticas en la pública, pero desoyen los consejos de su médico y las ponen en manos de otros pseudoterapeutas.

Ante este tipo de pacientes, muchos sanitarios reconocen que la tentación es negar sus creencias, minimizarlas, y recomendarle el tratamiento que consideran adecuado, especialmente cuando los pacientes se acumulan en la sala de espera y no hay jornada laboral que permita atenderlos a todos con la dedicación que merecen. Esto ahorra tiempo, pero es ineficaz.

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