Israel daña la economía de sus aliados occidentales con los ataques sobre el sector energético iraní

El encarecimiento de las materias primas energéticas llega en una coyuntura difícil para Occidente. La eurozona acumula ya varios trimestres de estancamiento y necesita, más que nunca, que el Banco Central Europeo (BCE) siga bajando los tipos de interés. Algo que solo hará si la inflación sigue moderándose. Al otro lado del Atlántico, el cambio de tornas aleja aún más las posibilidades de que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, rebaje el precio del dinero, como Donald Trump .

Acto seguido, no obstante, Reeves reiteraba su respaldo a Israel en su defensa frente a represalias iraníes: “Como en ocasiones anteriores, brindamos apoyo a Israel cuando ha sido atacado con misiles”. Una declaración que bien podrían refrendar, casi palabra por palabra, en el resto de grandes cancillerías occidentales: pese a las llamadas a la contención, ni la UE, ni Francia, ni Alemania, ni —por supuesto— EE UU han amago, siquiera mínimamente, con retirar su ingente apoyo financiero y militar a Netanyahu. Pese al daño que esta guerra puede infligir en su propia economía.

Israel e Irán “llevan años peleando en una suerte de guerra en la sombra, pero este conflicto es el más severo, con las infraestructuras energéticas en el punto de mira por primera vez”, subrayan los técnicos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su último informe petrolero, publicado el martes. “Aunque [la guerra] no ha impactado aún sobre los flujos de petróleo iraní, el temor a que se interrumpa el tráfico petrolero a través del estrecho de Ormuz ya ha hecho subir el precio del petróleo”, se lee en el documento, convertido a la fuerza en un cuasimonográfico sobre la República Islámica.

En el área del euro, el BCE calcula que cada punto porcentual de subida en el precio del crudo tiene un impacto de dos centésimas sobre el PIB. Con la subida acumulada en lo que va de junio, el impacto sobre las 20 economías que comparten la moneda única rondaría las tres décimas de PIB. Una cuenta que no incluye el zarpazo, igualmente notable, por el encarecimiento del gas natural, todavía fundamental en industria y hogares.

La economía de la eurozona cuenta, no obstante, con un potente colchón que no tenía hace unos años: el dólar, la moneda en la que cotiza el petróleo, está hoy en zona de mínimos de los cuatro últimos años, lo que abarata artificialmente el precio del crudo.

El mayor temor, sin embargo, es que Teherán se vea tentada a utilizar su carta más fuerte: clausurar el estrecho de Ormuz, el mayor paso de buques petroleros del mundo, que atraviesan cada día la tercera parte del flujo de crudo que se mueve en el planeta. Una jugada, eso sí, con claros tintes suicidas, porque implicaría renunciar a la mayor parte de sus propios ingresos petroleros, vitales para su economía.

El cierre de ese cuerpo de agua, de apenas 34 kilómetros en su punto más estrecho, sería letal para Occidente y, aún más, para la economía mundial en su conjunto. Asia se quedaría, de golpe, sin su principal suministrador de petróleo —Oriente Próximo— y los economistas de Eurasia calculan que el barril saltaría de los escasos 75 dólares actuales a más de 100. Un escenario, matizan, “poco probable” pero para el que EE UU y el resto de potencias occidentales ya han empezado a prepararse, con escoltas navales a buques petroleros. Es, en fin, algo que —sobre el papel— nadie se puede permitir. Tampoco Israel.

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