No habrá celebraciones ni actos de reivindicación. Si pudiera elegir, Keir Starmer desearía que esta fecha se borrara cuanto antes del debate político en el Reino Unido. Un año después de su victoria electoral (el pasado 4 de julio), el primer ministro, y con él todo su Gobierno, han tenido que esforzarse en poner freno a una rebelión interna de los diputados del Partido Laborista que hubiera dejado herida de muerte el resto de la legislatura. Una vez más, Downing Street ha tenido que rectificar una política —en este caso, recortes en las ayudas a la discapacidad— que había provocado un inmenso descontento entre los votantes.
La victoria del Partido Laborista el verano pasado tuvo un alto componente de espejismo. Los votantes estaban saturados, después de 14 años de gobiernos conservadores. El recuerdo de Boris Johnson y sus fiestas prohibidas con alcohol durante la pandemia, o el de Liz Truss y su bajada temeraria de impuestos, que sepultó la credibilidad económica del país, llevó a muchos a votar a la oposición, pero sin demasiado entusiasmo.
, utilizó una estrategia y un discurso muy similares al del histórico Nuevo Laborismo de Tony Blair para convencer a los votantes de que el laborismo se había alejado de la radicalidad de su predecesor Corbyn.
Un año después, las cifras de inmigrantes irregulares que llegan a las costas del sur de Inglaterra no dejan de crecer. Casi 20.000 personas en la primera mitad del año, cuando el número total de 2024 fue de 37.000.
Y la Casa Blanca hace y deshace con Ucrania, Gaza o Irán sin consultar con Londres, el que supuestamente sería su Gobierno aliado más fiel.
La decisión de suprimir las ayudas universales a los pensionistas, para sus facturas de invierno de gas y electricidad, desató la cólera de los más vulnerables. La reciente propuesta de ley para endurecer las condiciones de acceso a las subvenciones por discapacidad laboral ha provocado la primera rebelión seria de diputados laboristas, que estuvieron a punto de tumbar en el Parlamento las medidas.
Diane Abbot, una de las diputadas históricas del laborismo, y la primera mujer negra en sentarse en el Parlamento británico, clamaba este martes en la Cámara de los Comunes: “Somos el Partido Laborista, y siempre nos hemos posicionado históricamente contra las injusticias. ¿Por qué nos alejamos hoy de ese propósito? Me opondré hasta el final a esta ley con argumentos morales, legales y políticos. Millones de personas con discapacidad van a ser incapaces de creer que sea el Partido Laborista el que haya impulsado unas medidas así”.
Las cámaras grabaron llorando este miércoles a Reeves, detrás del primer ministro, durante una sesión de control al Gobierno en la que la oposición puso en cuestión el futuro a corto plazo de una ministra de Economía cuestionada duramente por sus propias filas.
Starmer ha tenido que dar marcha atrás en ambos asuntos, para frenar un descenso en la popularidad muy amenazador. En el promedio de encuestas que publica a menudo la página web de información Politico, la derecha populista de Reform UK lidera de modo consistente el apoyo popular, con un 29%. Le sigue el Partido Laborista, con un 23%. Los conservadores reciben un respaldo del 17%, y los liberales demócratas un 14%. Los Verdes obtienen un 9%.
El Gobierno actual, con su propia popularidad y la de su primer ministro por los suelos, se desangra tanto por la izquierda como por la derecha, pero ha decidido, para disgusto de los críticos internos, que el mejor modo de responder a esta crisis es con políticas más escoradas hacia el conservadurismo.
El sábado 28 de junio, el grupo de punk-rap de Irlanda del Norte Kneecap, perseguido y procesado por la fiscalía por ondear banderas de Hezbolá en sus conciertos, actuó en el festival de Glastonbury y logró que miles de jóvenes corearan el eslogan “Fuck Keir Starmer” (Algo así como “que se joda Keir Starmer”). Contrasta ese hecho con los primeros meses de Blair, cuando se acuñó el nombre Cool Britannia para definir un estado de euforia que agrupaba el respaldo de artistas como Oasis, Blur o las Spice Girls.
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Source: elpais.com