Trump siembra la confusión (y cierta indiferencia) con sus vaivenes arancelarios

En el Washington de Donald Trump es fácil olvidar cómo eran las cosas en otro tiempo… es decir, hace una semana. En esta, los aranceles han vuelto a la primera línea de la discusión política y económica, pero no, como era de prever, porque fuera a vencer el plazo del 9 de julio que él mismo dio para la activación de los gravámenes con los que él mismo amenazó en abril a decenas de países, sino porque el presidente de Estados Unidos decidió —unilateralmente, una vez más— fijar una nueva fecha para su entrada en vigor: el 1 de agosto.

O tal vez no. El desconcierto es la única certeza en la política comercial de esta Administración. También la confianza de su presidente en el poder de las tasas a la importación para devolver a Estados Unidos los trabajos manufactureros —y, de paso, su grandeza, Make America Great Again (MAGA)—. El resto son dudas: ¿Serán las amenazas reales esta vez? ¿Tendrán tiempo esos países de alcanzar acuerdos con Washington que suavicen esos castigos? ¿Les caerá a aquellos que para entonces no hayan pactado un gravamen universal del “15% o el 20%”, como prometió Trump en una entrevista televisiva el jueves?

“No tengo respuestas a esas preguntas”, contestó el viernes en un correo electrónico (FMI) y miembro del Peterson Institute, con sede en Washington. “Vivimos en un estado de ignorancia compartida acerca de lo que realmente está pensando el presidente”. Al menos, Obstfeld se mostró convencido de algo: las tres semanas que quedan para que expire la nueva tregua “no es tiempo suficiente para cerrar acuerdos comerciales serios, pero sí para que, con excusas para salvar las apariencias, [Trump] prorrogue el plazo de negociación una vez más”.

El club de los ya interpelados por carta es una heterogénea lista, de Moldavia a Corea del Sur, y de Sri Lanka a Japón. En ese grupo, hay notables que ha visto quintuplicados sus aranceles por motivos extracomerciales (tanto, como el deseo de Trump de librar a su amigo Jair Bolsonaro de la cárcel en su juicio por golpismo). O Canadá, que recibió por sorpresa una tasa de un 35% a ciertos productos con una excusa un tanto risible: su supuesta inacción para detener el tráfico de fentanilo. Pero en general, las cifras anotadas en esas cartas de Trump —de nuevo, con las salvedades de la UE y México— son muy similares a las que figuraban en la cartulina XL con la que este amagó el pasado 2 de abril en una comparecencia en la Casa Blanca con desatar una guerra comercial global.

Entonces, los mercados se desplomaron y el pánico estuvo a punto de contagiarse a la deuda pública, palabras mayores, así que el presidente reculó y decidió conceder el plazo de 90 días para que los países pudieran mitigar sus respectivos golpes sentándose a negociar con Estados Unidos. Washington también fantaseó con un pero se ha tenido que conformar con cerrar dos principios de acuerdo —con el Reino Unido y con Vietnam, pacto del que una semana después aún no hay constancia documental por ninguna de las dos partes—, así como una tregua con China.

Esta vez las cosas han sido distintas: más que con gritos, las Bolsas han respondido con un prolongado bostezo, a falta de saber cómo reaccionarán a las andanadas de este sábado, día de mercados cerrados. “Estos descartan claramente la posibilidad de que entren en vigor aranceles draconianos”, continúa Obstfeld. O, por decirlo de un modo menos halagador para el presidente de Estados Unidos, parece que los inversores vuelven a contemplarlo en su versión TACO, acrónimo inventado por un analista del Financial Times. Responde a las siglas en inglés de “Trump Siempre Se Acobarda” y le resulta “repugnante” a su protagonista.

El nobel de Economía Paul Krugman alertó esta semana en su canal de Substack sobre el peligro de confiar en que este no cumplirá sus amenazas. “Mi apuesta es que la gente TACO se equivocará esta vez. Me encantaría no tener razón, pero ahora mismo me parece que se avecinan aranceles profundamente destructivos”, escribió Krugman. “El tono de esas cartas” y “la evidente obsesión de Trump por los gravámenes” invitan al ilustre economista a pensar que el presidente de Estados Unidos “no los va a retirar”.

Los economistas globales del Bank of America Claudio Irigoyen y Antonio Gabriel advirtieron esta semana en un análisis de que el hecho de que el mercado bursátil haya “ignorado la nueva sacudida [arancelaria]” de Trump, unido a la escasa probabilidad de que la confianza de los consumidores “se vea afectada”, puede dar alas a Trump a “escalar” en su apuesta, en vista de que el “el coste marginal” al que se enfrenta “es muy bajo”. Irigoyen y Gabriel tampoco descartan el riesgo de “estanflación [fenómeno que resulta de sumar mayor inflación y menor crecimiento] a medida que aumente la incertidumbre”.

El factor que más contribuye a esa incertidumbre es la voluble personalidad de Trump, a quien un editorialista crítico de The Wall Street Journal con espíritu de guionista de cómics de superhéroes de serie B bautizó este sábado como El Hombre Arancel (Tariff Man). Si algo une a quienes se sientan estos meses a la mesa con Estados Unidos es la seguridad de que él tendrá siempre la última palabra, y de que para que descarrile una negociación que parece ir por buen camino basta una declaración del presidente o un mensaje en Truth.

Esa misma tarde, los canadienses comprobaron que nada puede darse por sentado con Trump. Ottawa, que vio cómo hace dos semanas Washington rompía las negociaciones en protesta por una tasa digital que tuvieron que retirar, se sorprendió con el anuncio de Trump de un arancel inesperado, del 35%, que cayó como una bomba 11 días antes de que terminase el plazo que ambos países se habían dado. Airlanga Hartarto, ministra de Economía de Indonesia, explicó, por su parte, a The New York Times, que se enteró de que a su país le había tocado un arancel del 32% con el resto del mundo: cuando el presidente de Estados Unidos publicó el lunes la carta en su Truth. El porcentaje era el mismo de abril, y eso que ella creía “que la negociación iba bien”.

Los países que aún no han recibido su carta estarán a buen seguro tomando buena nota de todo lo que puede ir mal. Aún quedan casi tres semanas para que llegue el plazo, definitivo o no, quién sabe, impuesto por El Hombre Arancel. Lo que, en el Washington de Trump, es como decir en otro tiempo, definido, eso sí, por la misma confusión.

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