De la caída en picado a la exitosa recuperación: la sardina ibérica reconquista el sello de pesca sostenible

Matosinhos huele a sardina, especialmente en verano. Es la seña de identidad de esta ciudad de tradición pesquera ubicada en Oporto a la que acuden los turistas al calor de las parrillas. En su puerto, las gaviotas aprovechan para robar alguna mientras los pescadores celebran. Se respira felicidad y no es para menos, la pesquería de la sardina ibérica (pilchardus) con arte de cerco acaba de recuperar después de una década el sello azul de Marine Stewardship Council (MSC), una buena noticia para el sector en España y Portugal. Detrás del reconocimiento se encuentra la buena salud de esta población animal, el impacto reducido en el ecosistema marino y una gestión eficaz y transparente.

El país europeo que más pescado consume por persona es Portugal y, con el bacalao, la sardina simboliza al país. En las fiestas de San Juan del mes de junio los vecinos de Matosinhos compran 18 por segundo, según Docapesca, la empresa estatal que controla el puerto. Es un recurso clave también para España, la especie recién certificada pertenece a la costa cantábrica, la de Galicia, la de Portugal y la del Golfo de Cádiz, desde el río Bidasoa hasta el estrecho de Gibraltar.

Las flotas que han obtenido el reconocimiento son las lideradas por la Associação Nacional das Organizações de Produtores da Pesca do Cerco (ANOPCERCO), en el país luso, y la Asociación de Organizaciones de Productores de Pesca del Cantábrico (OPPs Cantábrico), en España.

Hasta ahora, solo la sardina de Cornualles, en el sur de Inglaterra, contaba con la distinción, basada en un indicador científico de pesca sostenible. Pero hay otros productos, además de esta especie, que gozan del sello azul en España, es el caso del bonito del norte, del atún rojo, del pulpo de Asturias o de la anchoa del Cantábrico.

La sardina de Portugal ya había conseguido el reconocimiento en 2010, aunque lo perdió cinco años después tras caer la biomasa. “Hace un par de décadas no teníamos la conciencia medioambiental que tenemos ahora. Lamentablemente, desde los 2000 hasta el 2014 se sobreexplotó la población y vivió una situación muy delicada. Era la crónica de una muerte anunciada”, cuenta Alberto Martín, director de Marine Stewardship Council en España y Portugal.

Ahora hay una veda que se abre y se cierra, también unas horas y unos días determinados de captura. Los pescadores ya no pueden coger todo lo que encuentran, prima la gestión respetuosa con el medio ambiente. Para el año 2025 las posibilidades de recolecta de sardina se definieron en 51.738 toneladas, de las cuales el 66,5% corresponde a Portugal y el 33,5% a España.

Están más preparados para responder a los cambios y garantizar que en el futuro el producto siga siendo sostenible. “Sus medidas han permitido que la situación de la especie sea ahora mucho mejor que cuando se obtuvo la certificación hace 15 años”, reconoce Alberto Martín.

El resultado actual no habría sido posible sin el elevado grado de colaboración observado a lo largo de toda la cadena de valor, desde el sector pesquero, la industria conservera y distribuidora, hasta los organismos de gestión. Las investigaciones científicas del Instituto Português do Mar e da Atmosfera (IPMA) y del Instituto Español de Oceanografía (IEO) fueron claves para respaldar esta certificación.

“La población de sardina ya está recuperada. Es un pequeño pelágico y tiene una variabilidad natural en función de las lluvias y las temperaturas, pero una mala gestión hizo en su día que el recurso no consiguiese reponerse”, explica Alberto Martín.

En 2017 los científicos recomendaron parar de pescarla. Las flotas empezaron a capturar hasta ocho veces menos de lo que lo hacían antes. Se dejaron más reproductores en el agua y la situación mejoró durante estos años. El rendimiento máximo sostenible, es decir, el límite en el que se puede explotar una población sin menguarla, fue su principal premisa.

También el enfoque ecosistémico, no recogido ni en la legislación europea ni en la española, pero que consigue que el resto de especies que se alimentan de las sardinas como son los delfines, las aves marinas o el atún rojo tengan suficiente comida. Hay un tamaño mínimo que se puede capturar para respetar a los peces juveniles. Ahora los pescadores tienen un sistema por el cual abren el cerco y el animal se escapa vivo si no tiene la talla suficiente. Así consigue criar y reproducirse.

“Es una profesión apasionante, pero dura, a veces llegas con las manos vacías, hoy fue un día amable”, cuenta Agustín da Mata, presidente de la cooperativa de armadores Propeixe. Celebra el reconocimiento porque cree que con él también mejorarán las condiciones de los trabajadores. “Han sido años de mucho esfuerzo que espero que el consumidor valore en el supermercado si sube unos céntimos el precio”, comenta.

Las capturas certificadas, amparadas por el sello azul, son realizadas por una flota de 317 embarcaciones especializadas, de las cuales 132 son portuguesas y 185 españolas. Este año, la campaña de pesca de la sardina en el norte de España comenzó el 19 de marzo, mientras que en Portugal empezó el 21 de abril, prolongándose hasta que se alcancen las respectivas posibilidades de captura.

La alegría también ha llegado hasta Conservas Portugal Norte, ubicada en Matosinhos. Integrada principalmente por mujeres, la compañía produce de forma artesanal sardina, en su gran mayoría, pero también caballa, atún y bacalao. “Nuestros clientes internacionales nos pedían el sello azul. La visibilidad es mayor”, cuenta el gerente de la compañía, Claudio Ribeira.

“Es importante hacer una gestión sostenible”, insiste Alberto Martín, tras recordar el colapso de la anchoa del Cantábrico en 2005. Los pescadores apenas pudieron capturarla hasta 2010. Ahora es una de las mejores pesquerías del mundo y la especie se sitúa en máximos históricos.

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