Trump desnuda a Europa en apenas seis meses

Primero, la imagen. Su elocuencia: la sonrisa forzada de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, saludando con el pulgar hacia arriba, imitando el gesto clásico del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que está a su lado, exultante; las caras de resignación contenida de la mayoría de miembros de la delegación europea a un lado de la foto frente a los rostros de objetivo cumplido de los estadounidenses tras una reunión que sella un acuerdo comercial que impone sin obtener nada a cambio. La escena tuvo lugar el domingo pasado en un club de golf que el propio Trump tiene en Escocia. “El resultado es malo. Se ve en la duración de la reunión del domingo: en un hora no hay una gran negociación. Se nota en el lenguaje corporal de la foto final”. El resumen es de Josep Borrell, ex alto representante para la Política Exterior de la UE.

Son solo dos capítulos de lo sucedido desde que Donald Trump regresara a la Casa Blanca el 20 de enero pasado. En poco más de medio año, el presidente de Estados Unidos ha desnudado todas las debilidades europeas. En seis meses, con su actitud intimidatoria y agresiva, ha demostrado que por mucho que a los líderes europeos se les ha llenado la boca hablando de “autonomía estratégica”, el continente está muy lejos de alcanzarla. Europa no ha tenido fuerza para hacerse oír e influir en Israel para que el Gobierno de Benjamín Netanyahu decrete un alto el fuego que acabe con el drama humanitario en Gaza; Washington ha dejado fuera a Europa, pese a todo el dinero gastado, en los fracasados intentos de negociar al menos un parón en la guerra en Ucrania. La voz europea no ha contado mucho ―más bien nada― cuando Israel abrió el fuego contra Irán y dio paso a una sucesión de golpes que amenazaban con abocar al mundo a un terreno desconocido.

Este peso que tuvo durante las conversaciones con Washington el temor de los bálticos y los antiguos satélites soviéticos a Moscú para no adoptar una posición más dura, es algo que admiten diversas fuentes en Bruselas. Y lo ratifica Borrell en una conversación telefónica: “Claro que ha pesado la dependencia que tenemos de Estados Unidos en seguridad en los últimos meses. Trump lo sabe y lo ha usado. Pero no solo él, también nos lo decía [Barack] Obama. Este nos lo decía de forma amistosa y no le hicimos caso”.

Kribbe lo resume con crudeza: “No fue una negociación entre dos Estados soberanos, sino entre una potencia soberana y un Estado débil o una unión de Estados débiles que dependen de Estados Unidos para su seguridad. Eso es todo”, zanja el autor del libro The strongmen: European Encounters with Soverign Power (Los hombre fuertes: encuentros europeos con el poder soberano).

Trump nunca ha ocultado su animadversión hacia Europa y, en especial, hacia la UE, una organización política que, cogió la costumbre de decir durante la campaña que lo devolvió a la Casa Blanca, considera que fue creada con el único propósito de “fastidiar a Estados Unidos”. Esa idea, y la de que Bruselas y Londres, como el resto de los socios comerciales de Washington, llevan décadas aprovechándose de la supuesta buena fe de Estados Unidos, prendió con fuerza en el movimiento MAGA (Make America Great Again, el eslogan del republicano) en los primeros compases de la segunda Administración de Trump.

Los ataques a la UE llegaron de boca de destacados miembros de su Gabinete. El vicepresidente, J. D. Vance, provocó una enorme conmoción entre las cancillerías del Viejo Continente al aprovechar su primera salida al extranjero para plantear una impugnación ideológica de los valores europeos en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Después fue Pete Hegseth, secretario de Defensa, cuyas ideas sobre los europeos quedaron al descubierto con el escándalo por la filtración de un chat privado conocido como Signalgate: le parecen, escribió entonces, “gorrones” y “patéticos”. Y ahora esa Administración ha aprovechado para girar la factura a los “gorrones”.

Pero los europeos sabían esto. Conocían sus debilidades geopolíticas y económicas. Los informes de Mario Draghi y Enrico Letta las señalaron el año pasado, aunque no han sido los primeros. En el del expresidente del Banco Central Europeo, se hace hincapié en la falta de inversiones en la UE y en la brecha tecnológica frente a las dos grandes potencias mundiales, que le hace depender de Estados Unidos en el universo digital. Un botón de muestra: los pagos electrónicos, con tarjetas de crédito (Visa, Mastercard, American Express) o servicios digitales (PayPal, Apple Pay, Google Pay), están en manos estadounidenses.

La UE ha empezado a resolver algunas carencias, como la inversión en defensa, pero sus resultados no se ven de la noche a la mañana. Incluso cuando las cosas van rápidas para los tiempos de Bruselas, se mueven con parsimonia. Por ejemplo, en febrero la Comisión lanzó un fondo de 150.000 millones de euros en créditos para compras de armas conjuntas entre dos o más países de la UE. Esta semana se ha sabido que 18 Estados miembros han pedido un total de 127.000 millones. Todavía tienen tiempo hasta noviembre para concretar los detalles de la solicitud. Habrán pasado más de 10 meses.

Aunque no todo son carencias. También hay cuestiones de mentalidad y decisión. “La UE necesita cambiar sus formas de abordar las cosas. Cuando te conviertes en una potencia geopolítica, tienes que estar unido y debes tener poder económico. La UE está más o menos unida, tiene más o menos poder económico, pero hay que estar preparado para ser mucho más agresivo. La UE tiene mucho que aprender”, apunta Georgina Wright, investigadora senior del instituto German Marshall Fund, “China y Estados Unidos utilizan el acceso al mercado como una forma de ejercer su poder, y creo que la UE tiene que hacer más al respecto”.

La idea de Wright también está al alcance de la mano de los europeos, pero no se deciden a utilizarla. Durante las negociaciones comerciales con Estados Unidos, la Comisión barajó activar el instrumento anticoerción, una herramienta legal que le habría permitido poner tasas al comercio de servicios o vetar el acceso de las empresas norteamericanas a la contratación pública en la UE. Pero faltó decisión para recurrir a ella: varias capitales, con Berlín y Roma a la cabeza, se negaban.

Lo que señala el veterano político español se ha visto con claridad en julio. Después de que la Comisión constatara que Israel está violando los derechos humanos en la Franja, puso en marcha lo previsto en el acuerdo de asociación para suspenderlo, al menos, parcialmente. La propuesta de sanción de Bruselas al Consejo, donde están los Estados, apenas fue simbólica: vetar la participación israelí en un programa científico. Ni eso ha sido posible ante la oposición de varios socios, con Alemania a la cabeza.

Todo lo sucedido en esta primera mitad del año, con el colofón de que Von der Leyen acudiera a cerrar un acuerdo comercial desigual en el club de golf privado de Trump en Escocia ―”al revés sería inimaginable”, critica Kribbe, del BIG― daña mucho la posición europea en el tablero mundial. “Conduce a un aislamiento internacional”, advierte Borrell, “lo he visto claramente en África, donde ya solo estamos en Somalia financiando la misión de paz. Uno podía pensar que habiendo sido potencias coloniales se mantendría influencia, pero no”. “Debemos mantenernos más unidos y más dispuestos a no seguir siempre y en todo a Washington”, concluye.

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