El holandés es uno de los mayores defensores de Trump en una Europa que sigue mirando con mucho recelo a un presidente que ha demostrado una y otra vez su desdén. Pese a que ha sido objeto de críticas y mofas , sobre todo durante la cumbre de la Alianza Atlántica en junio en la que se aprobó el aumento del gasto militar al 5% del PIB, Rutte no ha cejado en su estrategia.
Tampoco el lunes escatimó en halagos —como los demás invitados— a la gestión del estadounidense, al que calificó de “pacificador pragmático” (el magnate ansía el Nobel de la Paz) sin el cual no se habría podido destrabar el “punto muerto” en el que estaban las negociaciones para buscar una solución pacífica a la guerra de Rusia en Ucrania.
“Es profundamente inquietante que cuestiones como la guerra y la paz, la democracia y la autocracia dependan de halagar y adular el frágil ego del voluble y egocéntrico Trump”, lamentaba en redes sociales Kenneth Roth, antiguo director ejecutivo de Human Rights Watch.
Pero esa era precisamente la estrategia. Tras los primeros meses del nuevo mandato de Trump en los que la UE ha chocado una y otra vez ante las exigencias de Washington, los líderes europeos y sus aliados parecen haber aprendido que lo mejor para lidiar con Trump es, ante todo, prepararse bien. Especialmente ante un presidente que hace de cada comparecencia un show televisivo, como sucedió el lunes ante unos nerviosos europeos que llegaron sin saber cómo y cuándo les enfocarían las cámaras (mucho rato), siempre a la mayor gloria de Trump. Y segundo, que también es conveniente endulzar con elogios los mensajes que realmente quieren que calen en el estadounidense.
La UE y sus aliados, sobre todo Londres, lo tenían claro: había que contrarrestar lo antes posible esa situación y convencer a Trump de que Putin no es el socio fiable para hacer negocios (ni pactos) que cree.
Si hay algo que han aprendido los europeos es que Trump suele quedarse con la copla del último que le susurra al oído. Así que cuando Trump invitó a Zelenski a la Casa Blanca, varios mandatarios europeos aceptaron de inmediato la propuesta de Kiev de que los acompañara, temeroso el ucranio —y también los europeos— de que la Administración estadounidense volviera a tenderle una trampa como hizo en febrero, cuando prácticamente fue echado de la Casa Blanca tras recibir una bronca monumental de Trump y su vicepresidente, J. D. Vance, que esta vez mantuvo un discreto segundo plano.
La lista de acompañantes —los líderes de Alemania, Francia, Italia, Finlandia y el Reino Unido, así como Rutte y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen— no era casual. Más allá de su peso, todos cumplen una característica clave: son, como los llama Matthias Matthijs, del Council on Foreign Relations, susurradores de Trump, líderes que han lidiado ya en varias ocasiones con el republicano y saben cómo torearlo y cortejarlo: desde los halagos desacomplejados de Rutte o las partidas de golf del presidente finlandés, Alexander Stubb, a la complicidad manifiesta de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que mantiene una buena relación con Trump desde incluso antes de ser primera ministra y a la que el estadounidense calificó el lunes de nuevo como “una gran líder” y “una fuente de inspiración”.
Los preparativos fueron intensos durante el fin de semana —Zelenski viajó a Londres y Bruselas antes de despegar rumbo a Washington— y duraron hasta el último momento antes de la cita en la Casa Blanca el lunes. Los europeos y un trajeado Zelenski (en vez de la ropa militar que tanto había disgustado a Trump en febrero) acordaron una cuidada coreografía: halagos iniciales, seguidos de puntos importantes para Kiev y Europa de cara a las negociaciones.
Más allá de los mensajes enviados, el viaje fue “un intento de averiguar qué piensa de verdad Trump sobre el proceso de paz y Rusia”, analiza por correo electrónico Shamiev, para el que está por ver, sin embargo, qué sale de todo ello. De hecho, y ucranias respecto a las afirmaciones que les hizo Trump sobre su participación en las garantías de seguridad. En este sentido, advierte, “el viaje solo abordó las consecuencias de la irrelevancia estratégica de Europa, no el problema en sí mismo. Europa debería convertirse en una potencia militar”, subraya.
La reacción de Moscú, que vuelve a arrastrar los pies ante la perspectiva de un cara a cara entre Putin y Zelenski, y las declaraciones del ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, acusando a los europeos de intentar influir “torpemente” en Trump parecen demostrar que alguna tecla sí se tocó bien en Washington. Aunque siga sin haber garantías de que vaya a sonar la flauta.
Con información de Macarena Vidal Liy en Washington, Lorena Pacho en Roma y Almudena de Cabo en Berlín.
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Source: elpais.com