Los expertos desmontan la relación del paracetamol con el autismo que plantea el Gobierno de Trump

La estrategia de las autoridades sanitarias de EE UU trata de minar la élite de las instituciones sanitarias para debilitarlas por su oposición al ‘populismo científico’ de su gobierno

En abril de 2020, en la peor fase de la pandemia, cuando las muertes diarias se contaban por decenas de miles y aún no había señales en el horizonte de las vacunas, Donald Trump dejó clara su peculiar forma de entender la medicina y el conocimiento científico al defender, con pocos días de diferencia, —un antimalárico—, “la luz solar” e incluso “inyecciones de desinfectante” como estrategias para acabar con la peor crisis sanitaria en lo que va de siglo.

Los argumentos usados por el presidente de Estados Unidos, entonces en su primer mandato, no eran muy sofisticados. “Creo que es bueno, he oído muchas historias positivas sobre ello. Y, si no es bueno, se lo diré igual”, . “Supongamos que traes esa luz dentro del cuerpo, a través de la piel o de otra manera. Después tenemos el desinfectante, que lo deja KO en un minuto, ¿hay alguna manera de que podamos hacer algo así con una inyección? […] Sería interesante probarlo”, había dicho unos días antes para resaltar la necesidad de investigar sobre la luz solar y productos como la lejía.

En este segundo mandato, con más poder que nunca y un abierto defensor de políticas antivacunas en su Gobierno —el polémico secretario de Salud Robert F. Kennedy—, Trump ha decidido volver a la carga y lo ha hecho con uno de los asuntos más controvertidos y sobre el que se han volcado más bulos en las últimas décadas: el autismo y sus causas.

Según han avanzado The Washington Post y Politico, citando fuentes de la Casa Blanca, Trump anunciará este lunes a última hora que existe un vínculo entre el paracetamol ingerido por las madres durante el embarazo y el autismo. El supuesto hallazgo de esta relación será presentado como “uno de los mayores avances médicos en la historia del país”, según estas fuentes, que añaden que —en un movimiento que recuerda a los infundados anuncios de la pandemia— también se promocionará un fármaco en el que hasta ahora nadie pensaba, la leucovorina (una forma de ácido fólico usado en algunos casos de anemia y cáncer) como tratamiento mágico frente al autismo.

Que todo ello fuera también anunciado en el masivo acto conmemorativo del activista ultraconservador Charlie Kirk, conocido como por recurrir a menudo a teorías de la conspiración y la desinformación —como el propio Trump—, convierte todo el asunto en algo aún más complejo de digerir.

Desde el punto de vista médico y científico, según todas las fuentes consultadas, la cuestión no tiene por ahora demasiado recorrido. El autismo es una condición del neurodesarrollo que afecta a la forma en que una persona se comunica, interactúa socialmente y percibe el mundo. Se le considera un espectro porque sus características y la intensidad de sus síntomas varían mucho de una persona a otra.

“Relacionar directamente el trastorno del espectro autista con el uso del paracetamol en el embarazo es una afirmación temeraria no basada en la evidencia científica. Y lo mismo podemos decir del uso de la leucovorina como tratamiento”, afirma Pedro Viaño, pediatra miembro del Comité de Medicamentos de la Asociación Española de Pediatría (AEP).

Pero las investigaciones con mayor rigor científico realizadas no han encontrado nunca una relación de causalidad. “Esta asociación puede deberse a factores de confusión no medidos como una predisposición genética o las enfermedades maternas que motivaron el uso del medicamento durante el embarazo”, defiende Huete.

José Miguel Carrasco, doctor en Salud Pública, lleva tiempo investigando en la cooperativa Aplica el impacto de los mensajes de la ultraderecha sobre la salud de la población. Uno de los últimos trabajos de la entidad, titulado , ha sido publicado este año en una de las revistas científicas de referencia en su campo, la American Journal of Public Health.

“La ultraderecha rechaza la evidencia científica al elaborar sus estrategias relacionadas con la salud pública porque los fines electoralistas y populistas que persigue chocan a menudo con ella. Esto la lleva a atacar la credibilidad y autoridad de las instituciones que velan por la salud de la población en base a esta evidencia. El resultado deseado es la pérdida de confianza que los ciudadanos tienen en la ciencia y las instituciones que la representan, desde agencias del medicamento a universidades”, lamenta Carrasco.

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