Bajo los adoquines está Le Pen

Macron encadena su octavo primer ministro en ocho años y deja una sensación de fin de siglo

¿Qué queda de aquel Napoleón sin uniforme ocho años después? Una sensación de fin de siècle: es un líder completamente aislado, detestado por una parte de su propia formación, metido en una espiral delirante de decadencia, con su popularidad hundida en el 14% y con Le Pen rayando en los sondeos a una altura cercana al 40%.

Macron convocó a los partidos de madrugada, casi a la desesperada, para tratar de salvar la pelota de partido. El presidente necesitaba imperiosamente nombrar a un primer ministro, el octavo en ocho años (luego hablamos de inestabilidad política en España) y sacar adelante un proyecto de presupuestos (de nuevo ecos de España por aquí). Tiene que aprobar un ajuste fiscal modesto para tratar de dejar el déficit en un 5% del PIB en 2026 (España acabará este año alrededor del 3%, y su economía crece el triple que la francesa). La deuda pública está en el 114% del PIB (por encima de la española), y la prima de riesgo francesa ha ido escalando a medida que la política se adentraba en el ruido y la furia: la poderosa Francia paga más intereses, fin de la comparación, que España. A Macron le queda un estrecho camino entre la espada y la pared: como única baza para salir del impasse y conseguir una tregua temporal puede usar el escaso apetito en los partidos de la Asamblea Nacional, salvo los extremos izquierdo y derecho, por adelantar elecciones.

Franz Reichelt, el sastre volador, saltó fatídicamente desde la torre Eiffel en 1912, con un traje paracaídas holgado, convencido de que su invento salvaría a miles de aviadores. Antes del salto hizo una pausa de 40 segundos. Cuando por fin se lanzó al vacío, la corriente del aire le enrolló la tela al cuerpo: cayó a plomo. Los 40 segundos de vacilación de Reichelt antes de saltar son una enmienda a la totalidad de la acción impetuosa; el hecho de que finalmente se lanzara abrió el camino hacia los paracaídas modernos. Macron está ante sus particulares 40 segundos. Debería aprovecharlos para remendar su paracaídas y . Si no lo consigue podría terminar —políticamente— como Reichelt, rompiéndose la crisma contra el frío pavimento de París. Y ojo, porque bajo los adoquines ya no está la playa, eso era en el 68. Ahora espera el fantasma de Le Pen.

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