Desconcierta cómo el fútbol se toma tan en serio a sí mismo, hasta querer partirle la cara a un chaval de 18 años por hacer una broma, con las tomaduras de pelo a las que nos ha sometido este deporte
Lamine podría ahorrarse algunos comentarios, gestos. No le benefician. Es cierto. Pero no por un supuesto respeto en un juego que también vive de la pimienta. Sino, porque luego partidos como los del Bernabéu son un desastre. Se lo come la presión, o la pubalgia, quién sabe. El Barça jugó horrible y él, que anduvo todo el partido, no conectó ni una buena jugada. Calentó el ambiente y no supo flotar en la ebullición de su propio personaje. Ya está. ¿Tenía que ir Carvajal a por él al final del partido? ¿Desatar una tangana y el instinto macho del eso no me lo dices en el túnel de vestuarios?
Lamine, eso es peor, se adentra lentamente en un fango más espeso. Una parte de España, no nos engañemos, esa que todavía coge el garrote por las mañanas antes de apagar la luz y cerrar la puerta de casa, va a ponerle la cruz. O ya se la ha puesto. Especialmente, si sigue hablando y metiendo goles, una combinación desaconsejable. Es decir, podría estar callado, dejarse de bromitas. O no marcar. Pero las dos cosas, no.
Lamine será visto siempre con recelo en Barcelona. La Cataluña de Lamine y Cubarsí se entienden, se quieren. Pero se miran sorprendidas la una a la otra, como explicaba Ramon Besa este fin de semana. El seny y la , si se quiere. La de Lamine ha existido siempre, la de los otros catalanes, como escribía Paco Candel en 1964. Hay algo más. Al delantero, como ocurría entonces, se le escruta desde una suerte de racismo latente. Hace lo que hace por no ser el prototipo de catalán, por esa mezcla de orígenes. Porque sus padres son de dónde son. La ostentación del dinero en quien no lo tuvo, las vaciladas. Esa es la conclusión de muchos. Pero Lamine no es Cubarsí. Ni siquiera, Messi. En todo caso, si uno atiende el lugar de donde viene, la barriada, la calle, Lamine es Maradona.
Todo eso forma parte del juego. Anima el ambiente. Divierte a unos y entretiene a otros. El problema de verdad, y ahí será ya demasiado tarde, llegará cuando se calce la camiseta roja de España y la tensión se traslade a Las Rozas. A la concentración. A los estadios. ¿Y entonces qué? Ya pasó con Gerard Piqué. Y empezaron a pitarle los hinchas de España. No porque fuera independentista. O catalán. O porque estuviera a favor de la consulta, como se dijo. Ni siquiera porque hubiera evitado criticar a quienes pitaron el himno de España en la final de la Copa del Rey contra el Athletic. Le silbaban y le destrozaron hasta que dejó la Selección, en gran parte, porque se había reído del Madrid con aquel “contigo empezó todo”, de Kevin Roldán. Porque entonces, y probablemente también hoy, se debía entender que aquello equivalía a burlarse de España. Que el Madrid es España dentro de España, como diría Ayuso. Pero, fundamentalmente, porque siempre se tomó a cachondeo algo tan serio, ya ves, como el fútbol.
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Source: elpais.com